domingo, 6 de mayo de 2012

Indiediata.


La antesala del Teatro Principal bulle de personas que comentan el programa de mano recibido a la entrada. La mezcla es tan rara como el guiso de perfumes: imitaciones de YSL de los familiares de las artistas sumándose al Channel del purista y el recomendado por Chandler Burr de los críticos. Lo normal en un día de estreno si no es una gran ciudad. El ambiente es de gala, el Arte llevado a la escena en la forma de la obra Coppelia, un clásico del ballet que bien merece vestirse adecuadamente para demostrar que se está a la altura. Pero no todos lo entienden así, la pareja que acaba de entrar mascando chicle no creo que deje sus chaquetas en guardarropía, aunque deberían, sólo por evitarles ese olor a humo de bar a sus vecinos de butaca.
La acomodadora no espera unas monedas de agradecimiento al mostrarles el asiento, lleva muchas funciones y sabe que es así, casi se conformaría con no tener que pasar el mal rato de rogarles que no pongan sus pies sobre el respaldo delantero. Se ríen de las dos señoras mayores que cogidas del brazo pasan hasta la segunda fila y se proveen de anteojos. Lydia, la indie, le pregunta a su novio porqué coño están entre tanto estirao y qué pintan con estos vejestorios magús. Él responde que son entradas gratuitas, ganadas por sorteo de la FNAC al comprar el CD de Clovis. Y ponte el MP4 si te aburres.
Patricia calienta entre bambalinas, nerviosa en su primer papel de protagonista. Victor le tranquiliza recordándole que conoce los pasos y está en una forma envidiable. Es hora de recoger el trabajo de tantos años de esfuerzo. Te los vas a meter en el bolsillo al segundo “ronde de jambe”. Recuerda levantar bien la barbilla y disfruta. Es tu noche.
Las luces se atenúan. El murmullo se desvanece. El telón se levanta.
Leo Delibes creó la elegancia que Patricia sabe bailar, quizás la orquesta la interpreta algo alta de volumen, que irrita a Lydia y sube el sonido de sus auriculares, no quiere molestias cuando escucha a Los Planetas. Quizás por eso no oye su móvil al sonar desgarrador en mitad del primer acto, y su vecino de asiento mirándole incrédulo mueve los labios de manera muy comprensible. Agotador. Le parece agotador ver a esa pava dando saltitos y vueltas, vestidita de muñeca que parece un manga japonés si no fuera porque el que va disfrazado de Geppetto rompe la escena.
Coppelia disfruta en sus pliés, y de no ser por un móvil que le ha desconcertado levemente juraría haberse visto en una pompa dorada. La ovación es unánime… excepto dos jóvenes con el pelo alborotado y los ojos de dilatadas pupilas que se escabullen mientras el público en pie aplaude con fuerza.
Lydia se lia un canuto tras haberse desahogado con su novio que ya se marcha. Seguramente no volverán a verse. La bailarina toma un café frente a Mario, cuyos ojos presagian  una larga noche de pasión… que volverá a repetirse.

martes, 1 de mayo de 2012

Coppelia



El despertador cambió a las 07:00 y la bailarina de plástico comenzó a girar con los brazos extendidos mientras la música de Léo Delibes le hizo abrir los ojos.

Un leve rayo se filtraba por la ventana iluminando el rotar de la muñequita, que toscamente paró cuando la suave mano de Patricia oprimió el OFF.

Quiso apurar unos minutos más el calor de las sábanas, entreabriendo la mirada hacia el armario que todas las noches cierra con llave desde que vio “IT”. Como si de un viejo ordenador se tratase, su mente claquetea conforme el sistema operativo enciende sistemas: pies…ok –gemelos…ok – glúteos…ok - codos… nok, el izquierdo sigue molestándome un poco, aunque algo menos que anoche -  hombros y cuello… ok, pero  algo cargados - Status final…OK.

 Repasa lo que acontecerá a lo largo del día, encapsulando las imágenes en pompas de jabón; amarillas, las que le harán brillar las pupilas; en marrón, las escenas que le gustaría evitar;  y en un color dorado intenso, Mario José, con quien espera poder comer hoy, convirtiéndose en un sol planetario alrededor del cual giran todas las demás eclípticamente.

El tiempo pasa y no se puede recuperar, así que si no quiere perder el autobús tendrá que saltar de la cama y darse vida. El suelo helado, pasos cortos y rápidos para que sus dedos no terminen de congelarse, ducha, el agua está fría, enjabonarse, deja de pensar en pompas que vas tarde, albornoz, vístete deprisa, prepara el desayuno a la vez que mete en su bolsa las zapatillas de ballet, busca las llaves y con el abrigo en la mano mordiendo una tostada, cierra la puerta de su casa despacio, para que Doña Maricarmen no se queje de los portazos otra vez y le sermonee en cuanto se vean.

La parada no está muy lejos, bajo la marquesina se maquillará con su espejito para dar los últimos retoques, como siempre.  Abre el bolsillo lateral de la bolsa de deporte para sacar el estuche de pinturas cuando el fogonazo de sus calentadores sobre el radiador le estalla en un flash. Los puso anoche allí para que se secasen con el último grado calefactado y no los lleva puestos.

Patricia12 no ve al autobús en la distancia. Duda entre volver sobre sus pasos a recogerlos o pasar sin ellos.



Acto 1

Patricia1 decide no subir por ellos, si pierde el autobús llegará tarde. Maldice porque sabe que a Mario le gusta verla con esos calentadores puestos. Se los regaló cuando se conocieron en el viaje a Venecia, aquel día que ella se torció el tobillo y tuvo que quedarse en el hotel sin poder salir. Se habían visto la noche anterior al unirse los dos grupos de la Escuela de Artes: músicos y bailarines. Enseguida congeniaron, tan distintos el uno del otro y tan parecidos en lo básico. Atraídos por lo desconocido con la seguridad de lo conocido. Desde la vuelta del viaje, flirtean con la mirada, juegos de palabras y coqueteos inocentes. Hoy han dado un paso más y han quedado para comer solos, huirán de la compañía de todos sus amigos para esconderse en el bar Morfeo.

Al bajar del autobús, Patricia1 piensa únicamente en su cita y salta al bordillo mirando la regia fachada de piedra, en cuyo interior ya está Mario junto a la máquina de café. Lástima que el timbre ordene entrar a las clases, sin impedir que se guiñen un ojo y él le mire el trasero al pasar.

El ensayo es exigente, pero disfruta con el esfuerzo y el reto. Víctor anuncia en alto que Patricia1 será la primera bailarina, Andreina la reserva. Algunos aplausos entre el resto de la compañía, dividida entre las dos chicas.

Durante el entreacto aprovecha para tomar un zumo y reponer fuerzas sentada junto al espejo. Si se acercase a la puerta tal vez consiguiera ver a Mario por los pasillos cambiando de aula, pero prefiere saciar su sed y descansar.

Cuando por fin la clase termina, Víctor le felicita por el trabajo citándola para el siguiente ensayo. Quedan pocos para la gran fecha.

Entre la marea de gente dos manos se encuentran dirigiendo los pasos  en la misma dirección, donde una mesa arrinconada les espera. Bocadillos apetitosos, sonrisas abundantes, pies encontradizos y hombros que se golpean. Después volverán paseando por el parque, dejando que el sol les recuerde que están vivos. No se siente uno así muchas veces en la vida.

Y sin quererlo llegan hasta la escuela, donde el bullicio y la muchedumbre les devuelven al anonimato,  sin decirse aún lo que ambos sienten,  dejándose ir con una mirada triste.

Patricia1 se mira los pies al caminar hacia la parada del  que le retornará a su casa. Deja la bolsa sobre el banco de la marquesina para sentarse  a esperar.

Y no sólo al autobús.


Acto 2


Patricia2 decide subir de nuevo a su piso, sabe que Mario sonreirá cuando le vea entrar con los calentadores sobre los zapatos de tacón. Corre hasta la puerta donde deja caer su bolsa desde la espalda y zapatea rápido sobre los peldaños hasta el segundo piso. Lleva ya las llaves en la mano y abre la puerta sin parar a pensar, buscándolos con la mirada. En un movimiento de ballet casi estudiado, gira sobre su punta, se estira hasta agarrarlos y termina con un pequeño saltito de nuevo en el rellano. Cierra de un sonoro portazo, que Doña Maricarmen reprobará  y por el que le caerán dos frases en el próximo encontronazo con ella. Carga la maleta deportiva nuevamente y tan solo puede observar como a escasos metros el autobús dobla la esquina para desaparecer. Mierda.

                        La clase ha comenzado cuando ella se incorpora y pese a deslizarse sin hacer ruido evitando molestar, Víctor se le acerca sigiloso para decirle al oído: - Andreina, hará de Coppelia. Tú serás la reserva. A la hora de la comida te quiero aquí recuperando lo que te has perdido -. La vergüenza momentánea deja paso al desvanecimiento de sus planes con Mario, hasta que cae en la cuenta que no hará de protagonista en la función. Quizás por todo esto hoy se emplea a fondo, marca bien los gestos y pasos, salta dura y elástica, pareciendo flotar como si el viento arrastrase la hoja de Forrest Gump.
           
                        Durante el descanso, entreacto del ensayo, montó guardia sobre el cristal redondo de la puerta, escudriñando el pasillo a la espera de verle pasar y contarle lo sucedido, pero no lo ve.

                        El resto de la mañana se convierte en un vaivén de emociones, intensos saltos y sudorosos tempos, con leves gestos apenas ajustados. Finalmente todos marchan a comer y reza porque Mario aguante en El Morfeo lo suficiente como para darle tiempo a llegar.  Víctor le exige lo mejor durante dos horas, hasta que le confiesa que el papel de Coppelia es suyo y que Andreina ya sabe que es la reserva. Un beso de luz y un correr de felicidad le hacen ponerse los zapatos de tacón sobre las mallas con los calentadores y pese a que no pierde ni un instante en arreglarse, cuando llega al bar, se encuentra desierto.

            Mascando un bocadillo lentamente por el parque vuelve a la parada de la Escuela.

 Deja la bolsa sobre el banco de la marquesina para sentarse  a esperar.

Y no sólo al autobús.



Volver del 12

            Patricia1... Patricia2....Patricia12....Patricia entra en cuanto las puertas sueltan aire y se abren. Marca su tarjeta buscando el asiento de siempre. El penúltimo de la derecha en la ventanilla. Ése en el que tantas veces ha vuelto derrotada a casa. El mismo en el que sueña despierta e imagina que Mario le rodea con sus brazos para decirle que le quiere.

            Ni siquiera ha podido despedirse, quizás el mejor momento para haberle dado un beso. Tampoco ha quedado para mañana, aunque sabe que estará en la máquina de café diez minutos antes de entrar y espera no olvidarse sus calentadores.

            El autobús se aleja y ella ve una silueta en la puerta de su casa. Teme que doña Maricarmen le vuelva a recriminar los ruidos a las horas tempranas, así que se sube la capucha de la sudadera y mirando al suelo acelera el paso con el ánimo de no detenerse.

Segundos después, pese a querer esquivar a quien se interpone en la entrada, Patricia se da de bruces con una voz que le dice que le quiere.

Es Mario.

 Y lleva una rosa eterna entre las manos.