lunes, 1 de febrero de 2010

Renacimiento



Dedicado a Jesús Mora.






Chesús Bordón y su hermano cerraron la oxidada verja del cementerio, soltando un fuerte suspiro y una última mirada hacia la lápida de piedra grabada con el nombre de su padre. Cerraron el candado que hacía las veces de cerradura, y su “clic” resonó como mil toneladas de metal cayendo sobre un eco vacío. Las hachas ya estaban preparadas y cada cual tomó la suya. El camino hasta el robledal se recorre en silencio. Chesús piensa en la primera vez que anduvo por él, acompañando a su padre porque el abuelo Pilar había muerto. Hoy subía con su hermano para talar el roble de su padre.

Lo encontraron en un pequeño claro, rodeado de otros más jóvenes, pero ya seco y cubierto por musgos. Antes de cortarlo, arrancaron la mandrágora nacida junto a las raíces y la metieron en un saquete para dársela a su hermana, quien la limpiaría, adecentaría y le daría la forma humana con la que secaría para siempre. Pedro Bordón se escupió en las manos y balanceó con fuerza su hacha soltando un duro tajo al tronco que se astilló. Repitió la operación sin parar, uno tras otro los cortes se sucedieron, mientras Chesús permanecía impasible mirando fijamente.

- Dale el último – jadeó casi agotado Pedro.

Dulce, como se besa al hijo pequeño cuando se ha portado bien, pero firme, como cuando se le sujeta el brazo para coserle una herida, el mayor de los Bordón lanzó su afilado hierro. El roble retembló y lentamente comenzó su caída. Con él en el suelo, se santiguaron y oraron en privado unos segundos, hasta que Pedro marcó a hachazos una cruz sobre el tocón.

- Ya está

Los siguientes días fueron pasando acercándose cada vez más a la rutina de antaño, hasta que nadie reparó en la figura de mandrágora sobre la chimenea. El duelo mermó. Los Bordón volvieron con las reses, y mientras por la tarde, el menor rondaba a la bella Orosia, Chesús continuaba con su reto de sacarse el doctorado en leyes, bajo la tutela de D. Manuel González y Mora.

El invierno va tras el otoño, y el verano prosigue a la primavera. Pedro anunció su compromiso de boda, el mismo día que el mayor se examinó cum laude, y de la misma forma que se alegró Chesús cuando se enteró que Pedro sería padre, Pedro se entristeció cuando Chesús dijo que se iba de Tellerda.

- Me voy a Compostela. Necesito hacer el Camino y pensar – dijo el día que marchó.

Los primeros pasos tan sólo supusieron un esfuerzo físico. Largas jornadas en las que caminaba por los senderos siguiendo marcas, preocupándose de beber y comer adecuadamente, y de curarse las heridas que iban apareciendo en los pies. A la semana comenzó a sentir el sol sobre su rostro, que el aire meciese su pelo largo, que la noche le diese la Paz... que la Naturaleza fuese parte de si. Y llevando un mes, saliendo de Astorga hacia el Bierzo, se encontró a si mismo, un ser vacío, con una vida ocupada en sus estudios y apoyada en su padre, dos referentes que habían desaparecido sumiéndolo en la apatía diaria. Pensó en esto, pensó en el sentido de sus iguales días y su falta de ganas para seguir. Si. Pensó en terminar. En continuar hasta Finisterre y saltar por el acantilado.

Pedro mientras tanto subía al robledal, a plantar una bellota que germinaría en pocos meses. Para conseguirla buscó su árbol, cercano al gigante talado meses atrás que ya estaba siendo devorado por la maleza, en el que susurró una breve oración aprendida a base de miles de repeticiones en su infancia. Cuando tuvo la semilla le llamó la atención el atenuado verdor de las hojas del roble de su hermano, infectado de moho negro. Preocupado terminó su trabajo: plantó, depositó, enterró y regó el futuro tallo. Salió del bosque por el barranco, sobrecogido por el miedo, su hermano sufría, se encontraba enfermo, le atenazaba la muerte. No era la caída de la noche lo que le impedía ver Tellerda a lontananza, sino sus ojos nublados de temor.

Santiago de Compostela impresiona de lejos. La fachada del Obradoiro aparece infinita ante el peregrino. El Pórtico de La Gloria cambia al pecador. Chesús Bordón no lo era, o por lo menos no más que otros, pero sintió la necesidad de arrodillarse frente al Apóstol, limpiar su vida de lo seco, curarse de su vida enmohecida, brotando de raíz, hacer crecer otro tallo, crear nuevas hojas y, quien sabe, si florecer con el tiempo. Salió a la calle dudando. Seguir a Finisterre o volver.

En Tellerda, un nuevo roble crecía con fuerza. El menor de los Bordón gritaba entre amigos y parientes con júbilo, a la vez que era abrazado incluso por Manuel, el cartero, que había llegado para entregar un sobre procedente de Galicia.

- Seguro que es de mi hermano. ¡Léela!

“Espero que al recibo de la presente estés bien, hasta tal vez seas ya un afortunado padre. Necesito subas al bosque y tales mi roble, pero déjale muesca de brote. Quiero renacer.”

5 comentarios:

JALOZA dijo...

Una nueva muestra del personal mundo del autor, tan familiar como emocionante. Égloga a la manera de Garcilaso, Emilio roussoniano, si se dice así, clásico y atemporal.

Volved a los montes y renaced a las puertas.

Digo.

Luis Borrás dijo...

Emocionante. Como siempre. Me ha gustado el ritual de talar el árbol. Tellerda existe. Los mapas mienten. Y ese homenaje funerario es magnífico. Y la vida de un hombre unida a la naturaleza y el árbol enfermo como alma gemela del que se plantó al nacer.
Y el final... he pensado en en Berbi. Y en esa muesca de brote. En un renacer. Así lo deseo.
Un abrazo conmovido.

edu dijo...

Sublimes avatares los que vuestra merced relata. Me confieso boquiabierto de sana envidia. Sois un clásico fuera de vuestro tiempo.
Ay el Bierzo, Astorga, más de un año sufrí su clima inclemente ataviado de romano.
El relato de tomo y lomo, si señor.
Felicidades por la prosa y la historia.

Miegoiyo

José Manuel Ubé González dijo...

Tellerda como Leuret exiten, vaya que sí.

Curioso eso de marcar la cruz en el tronco para renacer. Lo que no sé es lo que opinará el roble.

Anónimo dijo...

Prueba con "El viaje de Shakespeare" de Léon Daudet. Quizás te ayuda a dar un toque más redondo a tus textos.

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