sábado, 9 de abril de 2011

Capítulo 14. Vanesa y Blanquita

Para aquellos que se enganchan ahora, recomiendo comenzar por el principio...en este enlace se encuentran todos los capítulos http://unodetellerda.blogspot.com/search/label/Bub%C3%B3nica
¿Has probado a comer una lata de guisantes sin cocinar? Hace dos meses hubiese estado de acuerdo contigo sobre que es asqueroso, pero hoy no le he puesto pega alguna. Y después me he bebido el caldo.


Nos quedan varios paquetes de galletas, un kilo de harina, seis latas de panizo, una de tomate frito y dos litros de leche. Eso es todo. Así que va a llegar el momento de tener que salir a buscar alimentos. O bien los busco aquí, o bien huimos de la ciudad, pero... ¿dónde ir? Es una pregunta recurrente a la que llevo unos días dándole vueltas. Sobretodo ahora que somos seis. Bueno, esto no lo he contado todavía. El tiempo se hace tan lento que parece que llevemos juntos desde siempre, cuando sólo son tres días...


No sé si se recuerda a un hombre con mochila que veía salir del portal nº1 del edificio perpendicular al mío y que cierra la plaza por la izquierda, el mismo lugar donde se refugiaba Ángel, el vecino infectado del quinto. Pues hace cuatro días volví a verlo salir rápido ocultándose de coche en coche hasta desaparecer por la avenida. Entonces pensé en cómo establecer contacto con él para que me explicase dónde conseguía llenar la mochila. Escribí con un rotulador sobre una cartulina: “Estamos en el 2º Izda del portal 7. Necesitamos comida. ¿Dónde podemos conseguirla?”, la doblé por la mitad y me dispuse a bajar. Mi mujer me rogó que no lo hiciese, que era mucho riesgo cruzar hasta allí, aunque comprendió que pronto habría que salir y sería mejor saber dónde ir que deambular buscando sin rumbo. Mi hijo pequeño me acercó la espada y les dije que para su tranquilidad mirasen callados por la cocina, con la orden de que pasase lo que pasase, no gritasen porque se delatarían. Por primera vez en dos meses, abrí la puerta de casa con sumo cuidado para no hacer el menor ruido. Bajé lentamente las escaleras y, antes de llegar al patio, me sobresalté al ver un cadáver semidescompuesto de espaldas. Lo salté sin tocarlo y oteé la calle en ambas direcciones asegurándome de no ver a nadie. Los apenas 150 metros que separan ambos portales los crucé en cinco movimientos, que los percibí como una película en primera persona, de esas en las que oyes continuamente la respiración del protagonista. Dejé sobre el suelo, de manera bien visible, la nota y salí a la carrera sin parar hasta volver a entrar en mi casa, que cerré con doble vuelta. Mis hijos se abalanzaron sobre mí y me noté tan acelerado que no pude ni hablar. Estuvimos vigilando el regreso del mochilero un buen rato, hasta que un bubónico apareció por la plaza y nos volvimos al dormitorio.


A la mañana siguiente, tras desayunar leche con galletas, volví a apostarme en la ventana. Los chicos parecían más tranquilos y, siempre con el silencio por norma, les aconsejé que jugasen un poco. El sol daba contra mi fachada calentando suavemente el suelo de la cocina y me produjo una sensación muy agradable el sentarme allí. Noté movimiento en la glorieta, era un infectado, en muy malas condiciones, que lentamente apareció por el Sur rebuscando entre la basura y entrando en lo que fue una tienda de material fotográfico por su cristalera inexistente.


Apenas a veinte metros esta el portal 1, del que vi salir a dos chicas de la mano. Me incorporé para ver mejor. No me lo podía creer. Parecían sanas y se habían agachado tras una furgoneta blanca, a cuya espalda el bubónico volvió a salir del local arrastrando un pie. La iba a ver, no se daban cuenta. Tomé un bote de cristal que contuvo perejil, abrí la puerta de la terraza y lo lancé con fuerza. Volví a meterme y refugiarme. Aunque estalló tras el enfermo y le hizo volverse, las jóvenes se mantuvieron agazapadas sin moverse. El despiste duró poco, y nuevamente el infectado siguió caminando hacia ellas, dispuesto a rodear el furgón. Volví a coger un nuevo frasco, esta vez el de ajo en polvo, y justo cuando iba a salir, se escucharon unos mazazos. Era en el séptimo u octavo piso del portal 2. Un hombre mayor, robusto, golpeaba un bombo con vigor. Incluso creí reconocer un toque de Semana Santa en el ritmo con el que lo tocaba. Inmediatamente el bubónico giró hacia él y yo me asomé a la terraza para hacerles señas a las chicas indicando que corriesen hacia mi portal.


Subieron por las escaleras hasta el rellano, donde con la puerta entreabierta les dije con voz autoritaria que no les dejaría entrar hasta estar plenamente convencido de que estaban limpias. Se quedaron quietas cogidas de las manos y me prometieron una y otra vez que no habían tenido contacto con la enfermedad. Yo me negué y respondí que se desnudasen para enseñarme cuello, axilas e ingles. Rápidamente se despojaron de los abrigos y camisas, dejando claro que no tenían bubas, suplicando entrar en mi casa. Cerré la puerta de golpe y contesté que faltaban las ingles... comprendo que para una joven de unos veinte años y su hermana de unos doce, fue traumático despojarse de los pantalones y mostrar claramente esas partes casi íntimas. Sólo entonces abrí, exigiéndoles que olvidasen la ropa fuera. Mi mujer las acogió dulcemente y les entregó ropa nuestra. A mi me sobrecogió el darme cuenta que habíamos chillado y armado demasiado escándalo, así que volví a mi punto de vigía en la cocina. Afortunadamente el del bombo seguía golpeando con fuerza y conté hasta cinco salvajes mirándolo desde abajo. Dejó de tocar y les lanzó el instrumento con intención de darles, metiéndose rápido hacia el piso. Supongo que tenía claro que irían por él al haberlo visto. Como así fue. Escuché claramente tres disparos y hasta el momento que abandoné mi puesto, no vi a nadie salir ni entrar por el portal 2.

De esta manera, Vanesa y Blanquita, se han incorporado a nuestra familia. Dicen que su padre, el hombre de la mochila, no volvió y que siempre les dijo que si un día no regresaba huyesen a otro escondite para evitar que él mismo, enfermo, fuese a por ellas. Así que en cuanto vieron la nota en el suelo, indicando nuestra dirección pensaron en cruzar la plaza con la esperanza de encontrarnos.


Su padre sacaba el alimento del supermercado que hay a unos trescientos metros calle abajo, al que no me atrevo ir visto el resultado.


Necesitamos comida. Y un lugar seguro.

1 comentario:

Elongando dijo...

Pobre hombre de la mochila...¿a donde ir? ¿tienes todavía el coche?, entonces al campo. Los Bubónicos se alimentan de otros seres humanos, por lo tanto cuanta menos densidad de población, menos bubónicos ¿no?. El problema es que ahora sois demasiados para ir en un solo coche...