jueves, 13 de agosto de 2009

Una postal catalana



Sería un miércoles cuando llegamos al refugio. Casi a la hora de la cena, como debe ser. Mochilas grandes a la espalda que descargamos en las taquillas para dejar en ellas tan solo lo necesario para subir el pico, cada kilo que no llevas en la espalda se agradece. Ramón llegó cuando yo ya llevaba el champú en la mano y las chanclas puestas, “Taquilla 23” le dije, me ducho mientras te organizas.

Media hora después, nos sentábamos en la mesa junto a un catalán y dos vascos. Gente sanota, dicharachera y bromista, con los que entre el guiso y el postre terminamos por hacer esa camaradería que aparece en lo aislado de las montañas. Tras los cafés, nos salimos los cinco a la puerta, abrigándonos pues aunque era septiembre, cuando el sol se oculta, el frío nos recuerda donde estamos. Comentamos anécdotas de marchas, lo que pretendíamos subir y lo que habíamos subido, aspiramos el humo de los porros que fumaban los vascos y reímos hasta que el guarda nos mandó a las literas.

En el desayuno a las seis, nos sentamos juntos de nuevo. Cargamos nuestras mochilas y salimos a la vez rumbo cada cual a su cumbre. Recuerdo que fue un día precioso, muy luminoso y que al final de la tarde se puso un sombrero en las cumbres que soltó abundante agua y algo de nieve. Ramón y yo fuimos de los últimos en alcanzar el refugio, nuestra forma física es la que es, y el ritmo deja mucho que desear. Los vascos, duchados, limpios y jarra de cerveza en mano, se nos rieron a gusto desde la puerta cuando nos vieron llegar empapados, agotados y tan tarde.

Una ducha, ropa seca y zumo de cebada nos resucitaron, y aún quisimos sentir los últimos rayos de sol sentados en una traviesa que hacía de banco, mientras veíamos llegar a los nuevos huéspedes.

Otra vez en la mesa, listos para comer lo que son verdaderos manjares a esa altura, el guarda al traernos la olla nos preguntó: “¿No erais cinco?”, a lo que un vasco respondió: “Ostias, falta el catalán, pero se habrá ido para Aínsa porque no lo he visto en toda la tarde”.
Sin dejar la comida el guarda repuso que había reservado cena y que no había liquidado la cuenta…

- Habrá que subir a ver que pasa, dijo que iría al Pico Tellerda-
- Pues subimos, la ostia – secundó su amigo
- Os acompaño – dije yo mezcla de obligación y resignación.
Ramón se disculpó con la verdad de sus pocas fuerzas y experiencia, siendo mas estorbo que ayuda.

Encendiendo los frontales estábamos cuando el guarda salió para decirnos que nos esperaría hasta el regreso y que no dejásemos de avisar de nuestra vuelta.

Los vascos tiraron de mi a lo que me pareció un ritmo infernal, dejando claro que sus fuerzas eran muy superiores a las mías, y me vi muy apurado de seguirles teniendo en ocasiones que buscar sus luces para no descolgarme por completo.

A la hora encontramos al catalán en mitad del camino, acurrucado entre dos piedras y utilizando la mochila para abrigarse. Tenía el tobillo morado y se retorcía de dolor al apoyarlo. Ninguno de nosotros tenía ideas claras de medicina, así que cargué con su mochila y los vascos le cruzaron un brazo por cada lado, para que a la pata coja pudiésemos movernos. Otros tramos literalmente fue cargado al hombro, entre comentarios socarrones y otros que no entendimos por pronunciarse en euskera pero que claramente eran maldiciones. Tardaríamos unas tres horas en bajar, que se hacen largas, y al ver las luces del refugio creí verme llegando a casa tras días de ausencia.

Cumpliendo la promesa, en la puerta con unos cafés se hallaban Ramón y el guarda, que nada más vernos entraron al herido para practicarle un vendaje provisional. Yo me quedé mirando a los vascos, que como si nada, se despojaban de las mochilas y polares con naturalidad. Uno de ellos al percatarse de mis ojos me dijo: “Y ahora… ¿cenaremos o qué?”

No sé los nombres de aquellos vascos, ni del catalán que se bajaron por la mañana en el helicóptero, quizás sea esa la grandeza de los montañeros, que no es necesario saber los nombres. Pero desde entonces recibo todas las navidades una postal, sellada en Barcelona. Sin más letra.

1 comentario:

JALOZA dijo...

¡Qué sorpresa! Echaba de menos estos textos. Sabe a hierba e ibón, con ese giro final tan de la casa.

Para mí adquiere un sentido muy especial, en este momento de la tarde, en el que con más nervios que otra cosa, preparo mi primera mochila de verdad.

Espero que la fuerza me acompañe y te agradezco todo lo que has hecho por mí.

SALUD