miércoles, 30 de septiembre de 2009

Retraso en el almacén


Dedicado a Jaloza y sus "Manías"


El tío Félix me quiere mucho. Si. Me quiere mucho. Cuando terminé de estudiar jardinería, le dijo a mi padre que podía venir a trabajar aquí con él. Para ayudarle. Él me enseño a conducir la carretilla, o el toro que le llamo yo. No es fácil conducir el toro. Mi tío tardó un mes en dejármelo llevar a mí solo. Me quiere mucho mi tío. El día de mi cumpleaños me lo regaló. Dijo que éramos tal para cual. Y desde entonces, voy siempre montado en él a todas las partes. Porque no salgo del almacén. Mi tío dice que es muy peligroso salir del almacén. Desde que murió mamá, vivo aquí dentro. Como si fuese mi casa. Pero mucho más grande. Muchísimo más grande. El almacén tiene tres veces cien calles. Yo sólo se contar hasta cien, por eso, mi tío pintó cien azules, cien rojas y cien amarillas, así yo puedo encontrar cualquier caja que me pidan, o dejar la que me den donde me pidan. Si, mi tío me quiere mucho y se preocupa de mí. Todas las mañanas, cuando él viene de su casa, me trae un bollo de chocolate y desayuno en la cafetería de la nave. Antes de que lleguen los demás. Y no se lo tengo que pagar, porque dice que vendió la casa de mamá y, con el dinero que le dieron, los puede comprar. También me compró una tele, el día que le firmé unos papeles para que el banco le diera el dinero. Algunos días también me trae chocolate y churros. Muchos viernes. Los que se tiene que quedar con la señorita Chelo a trabajar. La señorita Chelo también me quiere mucho. Como el tío Félix. Trabajan mucho juntos, y cuando ya es muy de noche, salen del despacho del tío riendo, y a veces de la mano. Yo los veo. Mi tío dice que lo hacen cuando han trabajado tan bien que salen tan contentos que se tienen que dar la mano. Pero que no se lo tengo que decir a la tía Marisa, porque a la tía no le gusta la señorita Chelo. A mi tampoco me gusta la tía Marisa. Nunca viene a verme. Y cuando viene me grita para que me lave. Y que me peine. Y no me trae nada. Y me dice que soy un retrasado. No me gusta que me digan que soy tonto. Una vez me lo dijo un señor en la escuela de jardinería. Y le di tan fuerte con el rastrillo que se lo tuvieron que llevar al médico para que se lo quitasen, porque el profesor no se lo podía desclavar. Al día siguiente fue cuando acabé la escuela, y mi tío dijo que podía venir aquí. Aquí yo estoy muy bien. En el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso, mi tío deja que sea para mí. Ya os digo que mi tío me quiere mucho y me da todo lo que quiero. Y para que no me aburra, como a mi me gusta mucho la carretilla, me apuntan en las cajas, dónde tengo que llevarlas o si quieren que las traiga de nuevo. Traen camiones llenos de cajas, y me van diciendo dónde las tengo que llevar. Y las llevo. Después me dicen cuales debo traer para ponerlas en el camión. Y las pongo. Así pasamos todos los días. Menos los domingos, que no vienen camiones. Pero mi tío me deja que limpie el toro, y que lo pinte. Me compró pinturas de tres colores para que lo pinte como me gusta. Desde hace tres meses, muchos domingos por la mañana, mi tío viene con mi prima Soledad a la nave. Cuando tiene mucho trabajo. Por eso también viene la señorita Chelo a ayudarle. Y Soledad y yo tenemos toda la nave para nosotros. A Soledad también le cuesta entender algunas cosas. Como a mí. Y también solo sabe contar hasta cien. Lo pasamos muy bien. Le llevo en mi toro hasta mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Vemos la tele. Vamos a las máquinas de la cafetería, y compramos algunos pastelitos. Porque mi tío me da los domingos cinco euros para las máquinas. Me siento muy bien cuando estoy con Soledad. Un domingo, hace un mes, ni Soledad, ni mi tío vinieron, pero si que vino la señorita Chelo. Alguien le llamó por teléfono y le debieron decir cosas muy malas porque lloró mucho cuando colgó. Yo le abracé muy fuerte. Como me lo hizo el Padre Luís el día que murió mamá. Y de tanto que lloró, a mi también me dieron ganas de llorar. Y lloramos los dos. Mucho. Tanto que me invitó a comer pastelitos y yo la llevé a mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Se sorprendió mucho la señorita Chelo de mi cuarto, y dijo algo de que no estaba en el inventario. Yo no se lo que es un inventario, por eso le dije que era una nave y que estábamos dentro de ella, que no se preocupase, que no había peligro. Hemos tenido poco trabajo estas semanas, dice mi tío, por eso no se han quedado a trabajar. Pero los camiones siguen llegando todos los días. Menos mal. Y hoy que es domingo, ha venido mi tío con Soledad otra vez. Y la señorita Chelo ha llegado después. Mientras trabajan en el despacho, Soledad y yo hemos dado muchas vueltas en el toro, porque a Soledad le gusta también ir montada en el toro en silencio. Yo le cuento los pasillos y le digo cuando puse cada caja. Cuando estábamos en la cafetería le he preguntado si querría ser mi novia y vivir conmigo en la nave. Así podríamos vernos todos los días y dar vueltas con la carretilla. Soledad me ha dicho que si, pero si le dejaba mi tío. Nos hemos sentado en las escaleras del despacho a esperar que terminasen de trabajar. Porque el tío me ha dicho muchas veces que cuando se trabaja no hay que molestar. A mi tampoco me gusta que me molesten cuando voy con el toro. El tío parecía contento y la señorita Chelo no paraba de querer peinarse con la mano mientras sonreía y se ponía bien la falda. Así que como estábamos todos tan contentos, se lo he preguntado. Si podíamos ser novios. A la señorita Chelo le ha parecido enseguida bien, y me ha pellizcado la cara dándome un beso. Me ha llamado Pillín. Yo le he dicho que no me llamo Pillín. El tío se ha empezado a enfadar diciendo que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra. Y otra. Tanto lo decía que me ha empezado a doler la cabeza, y les he dicho que se fueran. Y se han ido todos. Pero el tío ha vuelto. Gritándome. Ya no me quería. Y ha empezado a decirme cosas feas. Y a preguntarme si le había tocado el culo a Soledad. Y que adónde íbamos los domingos. Y… y… y me ha gritado. Y me ha dicho que yo era retrasado. Que era tonto… A mi no me gusta que me llamen tonto.

Ya les he dicho a estos policías que yo quería a mi tío Félix. Y que no sé donde está. Que discutimos por la tarde del domingo. Pero que yo me fui con mi toro y él se fue a su casa. Que ya no vino. Y tampoco se donde está Soledad. La señorita Chelo tampoco sabe nada. Sólo que la caja del pasillo 66 del rojo, en el 66 del fondo, en el sexto piso no debe moverse. Por lo menos en veinte años.

jueves, 24 de septiembre de 2009

La pelota de Marauder






Este relato ha sido suprimido por estar incluído en el libro "Viento"

domingo, 20 de septiembre de 2009

José Antonio Sin Tierra



"Este fin de semana no puedo porque me voy a mi pueblo", es la frase más odiada por mi. Tarde o temprano todo el mundo pronuncia la dichosa sentencia, y si al principio no tuvo importancia, poco a poco me di cuenta que me aislaba, no directa, pero si de alguna extraña forma, porque la gente que tiene pueblo se apoya entre sí, con la irracional idea de que por tener el mismo origen deben ayudarse. Y para colmo, ahora, con esto de las comarcas, aún se ha agrandado más el sentimiento de la zona, y parece que en la globalidad mundial, el pueblo de al lado del tuyo, es como tu salón, y el que dista veinte kilómetros, el dormitorio de invitados.

Tú te pones a hablar de lo más fino, educado, cortés y galante, y tarde o temprano alguien mete que es de tal o cual pueblo, y el resto del grupo gira en preguntas acerca del mismo, de sus habitantes, de si mantienes casa abierta, que si la abuela aún vive y si vas mucho por él. Y es que debe ser un remanso de paz, un refugio bucólico que todo el mundo debiera tener, una vuelta hacia lo primigenio desde lo que resurgir en momentos depresivos o de pérdida de la identidad. Pero, ¿y los que no tenemos pueblo? Pues, pasamos los veranos solos por la ciudad, paseando por sus casi vacías avenidas, mirando los apagados escaparates con el cartel de "cerrado por vacaciones", y en los que deberían poner también "me he ido al pueblo". Después, en septiembre, nos pasamos todo el mes aguantando vuestras chanzas en las fiestas, porque es lo principal que tienen los pueblos, que tienen fiestas, de bailoteo en verbena, carreras de sacos de solterones y algún pollo o cerdo engrasado suelto, por el que todos se matan para agarrar de la pata, porque de otro sitio da asco, la verdad.

Con todo esto, y aprovechando que me destinan a Madrid y allí nadie me conoce, he decidido buscarme un pueblo. Sí, ser de uno. O mejor dicho, tener pueblo, que no es lo mismo que ser de pueblo, que es más peyorativo y está muy mal visto. ¿Y de qué pueblo me hago? Difícil decisión, porque, si me cojo uno pequeñito, por difícil que sea, puedo encontrarme con una persona que realmente sea de allí y que se desmonte mi trama, pero por contra, si elijo una localidad más grande para esconderme entre la multitud, entonces no es un pueblo. Así que he encontrado uno... ¡deshabitado! ... nadie pisará mi coartada.

¡Qué placer! Mi primer día de trabajo, todo presentaciones, apretones de manos, buenas caras, declaraciones de formidables intenciones, parón para tomar un café, de máquina por supuesto, y conversación típica que termina en un “¿eres de la misma ciudad o tienes pueblo?”, a lo que orgulloso respondo mientras arrojo la moneda por la rendija - soy de Lasaosar-.

Lasaosar por aquí, Lasaosar por allá, estas vacaciones las paso en Lasaosar, no puedo ir a esquiar porque el puerto de Lasaosar está cerrado, y el puente no voy a la playa porque tengo comida familiar en Lasaosar. Y me lo creí, de tal forma que llegué a ir a semejante sitio, compuesto por seis casas derruidas, tres tapias en pie, y una iglesia sin techumbre. Ni siquiera pastos, huertos o un rebaño de ovejas que alegrase el yermo paisaje, volviéndome a Madrid con la sensación de quien lo abandonó en la década de la emigración y lo ha visto decaer con el transcurrir de los años.

Ciertamente es útil, porque en según que foros, y cuanto más altos mejor, para soltar una simpleza, pero que se cae de vulgar lógica, añades un "como dicen en mi pueblo", y quedas como el resumen del saber popular condensado en ti pero con gotitas de universidad académica. Y además sirve para todo, hasta para ligar. Os lo voy a demostrar, voy a entrarle a aquella chavala de la barra que mira distraídamente.

- Hola, me llamo José Antonio, ¿te importa me siente contigo?

- No, al contrario, lo agradezco, es que he llegado hoy a Madrid, y aún no conozco a nadie - me comenta con una sincera sonrisa.

- Ah, ¿eres de fuera?, yo tampoco soy de aquí, tenemos algo en común, ¿de dónde eres? - ya os dije que era útil, ya la tengo justo donde quería.

- De Lasaosar - me responde - ¿y tú? -

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cadáveres con cuchara



Este relato ha sido suprimido al ser publicado en el libro "Viento"