miércoles, 30 de diciembre de 2009

I CONCURSO LITERARIO "DE CIENTO A VIENTO"

Nunca ganar un premio fue tan triste. Tener que vencer al gran Jaloza (finalista) para alzarme con el trofeo no fue plato agradable.

Y es que eso de que te presentes a un concurso, y te lea el jurado (porque les parecerá raro pero la mayoría de los jurados nunca se leen los textos) hace que uno tenga posibilidades de hacerse con él.

El tema era "La celda" y yo me escoré a una acepción segundona, tirando hacia lo mío, hacia Tellerda, el sentimiento, lo íntimo... huyendo de las palabras malsonantes, los finales feos y las caídas al precipicio... y salió bien, el jurado unánimemente me votó.

Os dejo con mi primer relato ganador de algo...





El hermano de la celda



Los rápidos pasos se oían correr por el claustro, pese al intento de taparlos del joven Fortuño. El padre Mariano dejó la pluma sobre el escritorio y salió a su encuentro: - ¿Dónde vas tan deprisa? ¡Si te ve el abad, volverás al ayuno! –.

- El hermano Francisco me ha hecho una vela con el sebo que he ido guardando y una hebra de cáñamo. Así podrá escribir ahora que anochece pronto - contestó el zagal sacándola de debajo del sayo.

- Ponla sobre mi mesa y vete al refectorio antes de que te echen de menos – dijo el cisterciense levantándose la capucha a la vez que ocultaba sus manos en las mangas y desaparecía bajo las arcadas.

Fortuño tembló, tal vez por el miedo o tal vez por el frío, se acercó en silencio y empujó la puerta de la celda, que retembló mientras dejaba ver la austera estancia. El camastro, un crucifijo, bajo el ventanuco una fría silla con una sobria mesa sobre la que tan sólo había un tintero, pluma y unos escritos, alumbrados por una vela que crepitaba su fin. Acercó la candela a la pobre llama hasta conseguir encenderla y la clavó sobre la hirviente cera de la otra. Viendo con la nueva luz el cuarto, no le pareció tan lúgubre. Decidió sentarse para verlo desde el lugar en el que lo hacía su mentor y maestro. El hermano Mariano era el único que había mostrado algo de cariño hacia él. Todos le trataban bien, es cierto, pero viéndole como uno más de los huérfanos del monasterio. Y no le gustaba sentirse uno más, ¡sabía leer y escribir! Le había costado muchas horas aprender mientras que los demás jugaban o dormían. Podía entender lo que estaba escrito en esos papeles que tenía enfrente:

“En el final de mis días, desde la celda del Monasterio de San Beturián, no quiero partir hacia el otro mundo sin confesar el único secreto que he tenido en mi pecadora existencia, con el fin de reponer en lo posible, el daño que haya podido causar, dejando claro, que todo lo hice según mi torpe y sincero de servicio a Dios.”

El “Himno a Jerusalén” se escuchó en la lejanía cantado por el coro de voces en la hora nona. Fortuño sopló sobre la llama y corrió hacia el refectorio para llegar a la fila que partía hacia la capilla. Otra vez se había quedado sin cena.


Aquella noche no pudo dormir pensando en el escrito del hermano Mariano... ¿el final de sus días? ... ¿un secreto? ... Debía de volver a entrar en la celda y leer más. Sería en la hora de trabajo, cuando la mayoría estaba en el huerto.

Fue más sencillo de lo que pensaba, nadie reparó en su ausencia cuando con un cesto de cardo se encaminó a las cocinas y, una vez entregado al hermano Martín, cruzó el claustro hasta la puerta, la volteó y retomó el texto donde lo había dejado:

“Todo comenzó cuando la condesa Gisberta hizo donación al monasterio de varios campos de Tellerda, como pago de los servicios eclesiásticos que se habían tenido con su familia por la muerte del señor Conde. El abad quiso demostrar su gratitud, o quizás atraer nuevos bienes, y me ofreció como confesor y guía espiritual de la familia. Así, que los jueves y los domingos, consagraba y daba la Sagrada Forma a la Condesa, la escuchaba en confesión y perdonaba por penitencia.

Más con el devenir de los meses, el confesionario se cambió por un paseo entre los almendros, el rezo de los rosarios lo recitábamos subiendo el Vía Crucis de la Cuesta Mobisón y tomábamos moscatel santificado en el altar de la ermita. Los pecados pasaron a ser confidencias, éstas en confianzas, que cambiaron con los días al querer y de ahí, al amor.”

El tañir de la campana llamando a oración de laudes le sobresaltó, recolocó la silla y corrió a la capilla. ¡El hermano Mariano enamorado de la Condesa! Fortuño se tambaleaba, recitaba el Padrenuestro entre los demás niños y cantaba el “Gloria” sin dejar de mirar al coro de los frailes, como queriendo encontrar la culpabilidad en el rostro de uno de ellos.

Ni siquiera podía esperar al día siguiente: esa misma tarde, antes de que anocheciese, volvería a entrar y terminar de leer el manuscrito del hermano. Había visto ya la rúbrica al final. No podía arriesgarse a que lo cerrase con lacra y sello, pues el secreto quedaría tan sólo para el destinatario.

Dos horas después una puerta chirriaba afónicamente y un chaval ávido de letras se sentaba frente al último escrito.

"Es difícil mantener al amor encarcelado en las mentes, y la serpiente dejó su tentación en forma de tarde de agosto bajo un manzano, donde el impulso carnal venció a la razón y amé a la condesa.

La amé como nunca amé otra cosa. Sé que lo que he dicho puede ser pecado, viniendo de un hombre consagrado a Dios, pero si el Altísimo es el Amor, no puede ofenderle algo tan puro.

Viví unos meses de auténtico tormento, deseosos de verla, de estar en su compañía, de gozarla... pero tras dejarla partir en su carroza pasaba a sentirme pecador, infiel... culpable. Hasta que llegó el diecisiete de febrero de 1591, fue el último día que la vi, envuelta en lágrimas confesándome que estaba en cinta, que era imposible, que era condesa, que yo era confesor... que no nos estaba permitido amarnos... los meses venideros fueron muy duros, meses de soledad y vacío, meses de mucha oración. Meses de contrición."


Isabela de Fiscal, dama de compañía de la Condesa, bajó de la carroza con un bulto envuelto entre ropas, me lo entregó, lloré y lo abracé. Un nuevo huérfano nos había sido entregado, le dije al abad. Póngale un nombre y llévelo con los demás, fue la respuesta.

Por eso confieso ahora, cuando el hermano barbero, pese a sus cuidados, no consigue cortar la sangre de mis heces advirtiendome de mi final, y porque es el único heredero de la Condesa Gisberta.

Sé que pequé. Pero no puedo arrepentirme del amor. Además ahora, que abandono este mundo dejando mi fortuna: Fortuño.”

lunes, 28 de diciembre de 2009

Seguimos en la brecha.

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Por fin se acaba el 2009, un mal año en conjunto, muchas más tristezas que alegrías. Por lo menos el DAA me da un último empujoncito... seguimos en la brecha.

http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=606769

jueves, 10 de diciembre de 2009

Guirlache returns





Me emociona pensarlo.


Que hoy hayan repartido en 600 hogares un cuadernillo en el que viene mi relato "El guirlache janovés", me emociona. Y eso que este texto ha cosechado buenas críticas, ha sido publicado en El Diario del Altoaragón y es uno de mis preferidos, pero pensar que gentes nobles, capaces de sustraer de su sueldo unas perrillas para dárselas a necesitados que ni conocen y apoyar a quienes más lo necesitan... me emociona.



Al final... tellerdanos todos.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Arte contemplativo






http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=601129


Otra vez El diario del Altoaragón confía en mi, y me publica un texto. No sabe lo que le agradezco esta confianza y la motivación que me supone... ¡y que no se entere!

viernes, 20 de noviembre de 2009

El anubis negro








Este relato ha sido suprimido al ser incluído en el libro "Viento"

domingo, 8 de noviembre de 2009

Café de tarde





Este relato ha sido suprimido por ser incluido en el libro "Viento"

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Amar en martes




Debo y quiero apoyar a "mi prima", Angélica Morales, que ayer presentó un libro con muy buena pinta al que me sumo en su apoyo.


Leed autores aragoneses, antes que suecos u holandeses... ¿no?


martes, 3 de noviembre de 2009

PROTOTÍPICO

Hubo un tipo que me pidió permiso para ponerse el texto en una camiseta... casi me parto aquel día. Otro, días más tarde, dijo que era de lo mejor que había escrito... no supe que pensar. Y hoy en el Diario del Altoaragón me lo publican... estoy alucinado.

Opinen ustedes... lo escribí como un ejercicio geométrico y dónde ha llegado... ya ven.

http://www.diariodelaltoaragon.es/NoticiasDetalle.aspx?Id=597837

jueves, 29 de octubre de 2009

El penúltimo


Nací el primero, o el penúltimo, porque soy el mayor de los gemelos. Y esto, supongo, marca.

En el colegio formamos un grupo de cinco amigos: Acero, Gutiérrez, Moreno y nosotros dos, los hermanos Vázquez, Julio y yo, que soy Ángel. Me tocó, por riguroso orden de lista, ser el penúltimo, y no hubiese tenido mayor trascendencia de no ser que, comencé a tomar consciencia que en todo lo que hacíamos los cinco, yo, siempre era el penúltimo. En legua castellana, álgebra, física, filosofía… daba igual la asignatura, siempre el penúltimo. Por supuesto, que no divulgué tal coincidencia, e incluso le sacaba algún partido; por ejemplo, me inscribía en cuantas competiciones de eliminación podía, y quedaba medalla de plata en estas carreras de persecuciones. En ellas, en cada vuelta se eliminaba al último en pasar por meta, y yo perduraba hasta la final, en la que desgraciadamente yo era el eliminado… por serlo en penúltimo lugar.

Tampoco estaba tan mal, me decía, nunca era el último, en nada, y eso, dada la crueldad con que tratábamos al último, era un alivio. ¿Quién tira la piedra menos lejos? ¿Quién es el más lento? ¿Quién no salta la acequia? Yo nunca perdí.

De adolescente aún fue mejor, y yo, abusaba de mi condición: ¡el último paga! ¡El que coja la pajita más pequeña pierde! ¡El que saque el número más bajo en el dado eliminado! Y cuando de ligar se trató… solo tuve que esperar, librándome de desprecios y desilusiones, porque hasta que tres de mis amigos no lo hiciesen, yo sabía que no tenía nada que hacer.

Por supuesto, me casé el penúltimo, nunca se llegó a casar Acero. También lo fui en tener los hijos, en comprarme casa, en salir del país, en cruzar el Atlántico… en todo. De esta forma me enteré que mi mujer me engañaba, el día que me dijo Gutiérrez que había pillado a su esposa con el camarero del “Sangri-La”, ya solo quedaba yo, con lo que encaré a mi mujer diciendo que sabía que tenía un lío, confesándomelo todo y divorciándonos antes que Gutiérrez, para volver a ser el penúltimo.

La vida, nos fue separando, pero seguí manteniendo el contacto, por mi interés también, por conocer cualquier detalle que anotaba en mi cuaderno, de tal manera que supe cuando me iba a tocar cualquier suceso de la vida. Así predije que me partiría un brazo, que me tocaría la lotería o que iban a despedir a mi yerno.

Moreno fue el primero en fallecer, de fatal accidente de tráfico. Cinco años después le siguió Acero, y mi hermano hace dos. Así pues, Gutiérrez y yo, comemos juntos trimestralmente, charlamos, y brindamos por los ausentes. Ayer, en el postre, me dijo muy entero que había contraído nosequé extraña enfermedad degenerativa de nombre impronunciable, y que le habían dado tres meses de vida. Quería que fuese nuestra despedida, para que le recordase fuerte, como siempre. Me abrazó, y con lágrimas en los ojos, me dijo: “Tú quedas el último, Ángel”.

- No lo creas, Gutiérrez. No lo creas

miércoles, 7 de octubre de 2009

El mecánico del tiempo



Mi vida siempre giró alrededor de la catedral, la de Burgos digo, en el sentido literal de la expresión, pues nací en una pequeña casa en su lado más occidental, para tras casarme, instalarme al abrigo de su muro norte, y ahora, tener mi propio negocio en la misma plaza de Santa María. Soy mecánico, en realidad el único en la ciudad y alrededores. Mis encargos, como comprenderéis, son de lo más variopinto: desde agrupar poleas para poder elevar piedras en alguna construcción, hasta ingenios militares, pasando por cualquier raro artilugio necesitado de un mecanismo. Pero sin duda, mi especialidad son los relojes, la quintaesencia del engranaje, la precisión llevada al extremo, conseguir la exactitud de la medida del tiempo. Y fue por esto por lo que me solicitaron que crease uno para la mismísima catedral, no para la torre, sino para colocarlo en la nave central. Bueno, si he de ser sincero, por mi maestría y por ser amigo de Juan de Vallejo, quien por aquel entonces estaba embarcado en la reconstrucción del cimborrio, al haberse venido en fatal derrumbe unos años antes.

Lo tomé con gran ilusión, con tensión similar a la de los estudiantes en Salamanca ante la preparación de su graduación, pues esto es lo que era, mi oportunidad de consagrarme como un Maestro, que quien sabe si pudiera, pasar hacia la inmortalidad. Así que me liberé de todos los encargos, cargando sobre mis ayudantes, y me dediqué personalmente en cuerpo y alma a este reloj.

Cuando apenas llevaba tres meses, una mañana soleada, vi venir hacia mi taller con gran decisión, a dos hombres que habían salido de la catedral. Parecían recriminarse el uno al otro y discutir acaloradamente señalándome con el dedo, así que salí a mi puerta a recibirles, observándoles en su peculiar andar; con amplias zancadas el uno y; a rápidos pasitos cortos el otro.

No entendí sus nombres en la atropellada presentación, pasando a farfullarme sus negociaciones con el obispo, pues eran ellos, los que, por promesas cumplidas y cuestiones con la Santa Madre Iglesia, iban a sufragar el coste de mi trabajo, que en ese momento entendí iba a ser muy mermado del hablado con su Ilustrísima. El mayor y más alto, vestía una especie de casaca roja, de dorados botones y con amplio cuello celeste terminado en puntas, del mismo color que el cinturón con el que se la ceñía. El menor, y casi enano, llevaba un traje amarillo brillante de dos piezas, calzando buenas botas de negro cuero.

Yo intenté deslumbrarles con la técnica, y la palabrería, mostrándoles mis avances en el movimiento uniforme, explicando el efecto de los muelles, los péndulos y volantes, y de cómo por medio de las ruedas dentadas, se transmitía la energía a las manecillas. Saqué dibujos, croquis, cálculos, y hasta les ofrecí realizar el más exacto reloj nunca visto en todas las Españas. No lo conseguí, y el hombre de bermellón me tendió un papel de música dejando claro que esa era la que debería sonar al paso de las horas, junto con una campana. Acto seguido, y sin apenas yo reaccionar, el pequeño y pajizo ser, me explicó que los cuartos de hora, tendrían que marcarse con golpes sobre dos campanitas de tono más agudo.

Dejé el trabajo por unos días, esperando asimilar el fracaso del que creía que sería la culminación de mi vida. Y pasaba horas en el interior de la catedral, paseando por sus tres naves, contemplando en detalle el recién estrenado cimborrio de mi buen amigo Juan, escuchando varias veces sus explicaciones de cómo utilizando las pechinas pasó del cuadrado al octógono, y empapándome del arte de las espléndidas esculturas de la Capilla del Condestable. Obtuve muchas y grandiosas ideas que aplicar al solicitado reloj: encarcelado en una urna de alabastro decorada a semejanza de la obra de los Siloé, inserto en una bovedita estrellada y calada, o en una torrecita plateresca con minuciosos pináculos y chapiteles que le originasen verticalismo. Pero éstas, y otras mas ambiciosas, fueron descartadas por los mecenas, que no hacían sino repetirme el toque de hora, y las campanitas para los cuartos, escenificándomelas ellos mismos.

Terminé en grave discusión, y consentí en terminar la faena tras la mediación del obispo que pese a duras recriminaciones no consiguió subir la pírrica asignación que se me concertó, eso sí, dándoseme libertad de creación.

Así que en la fecha obligada, levanté un andamio para su colocación, y el maestro cantero insertó las piezas. Como pasa con cualquier obra, unos la alabaron y otros la critican, devaluándola y bautizándola como “el Papamoscas”. Lo dejo a vuestro criterio, y espero que cuando lleguéis a la catedral, entrando por la fachada principal, en la nave de la izquierda, miréis por encima del triforio y la juzguéis por vosotros mismos, teniendo en cuenta una cosa: que la hora que marca es exacta.

lunes, 5 de octubre de 2009

San Beturián seguirá en ruinas


Puede que sea lo más vergonzoso de Aragón... uno de los monumentos que debería ser mas "señero" permanece en un estado ruinoso. Nuestros políticos son así, han sido así y supongo que seguirán siendo así.

Desde mi humilde posición seguiré en mi cruzada de apoyo a su restauración y propagación de su importancia histórico-artística. Escribiré otro relato en el que aparezca. Amenazo.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Retraso en el almacén


Dedicado a Jaloza y sus "Manías"


El tío Félix me quiere mucho. Si. Me quiere mucho. Cuando terminé de estudiar jardinería, le dijo a mi padre que podía venir a trabajar aquí con él. Para ayudarle. Él me enseño a conducir la carretilla, o el toro que le llamo yo. No es fácil conducir el toro. Mi tío tardó un mes en dejármelo llevar a mí solo. Me quiere mucho mi tío. El día de mi cumpleaños me lo regaló. Dijo que éramos tal para cual. Y desde entonces, voy siempre montado en él a todas las partes. Porque no salgo del almacén. Mi tío dice que es muy peligroso salir del almacén. Desde que murió mamá, vivo aquí dentro. Como si fuese mi casa. Pero mucho más grande. Muchísimo más grande. El almacén tiene tres veces cien calles. Yo sólo se contar hasta cien, por eso, mi tío pintó cien azules, cien rojas y cien amarillas, así yo puedo encontrar cualquier caja que me pidan, o dejar la que me den donde me pidan. Si, mi tío me quiere mucho y se preocupa de mí. Todas las mañanas, cuando él viene de su casa, me trae un bollo de chocolate y desayuno en la cafetería de la nave. Antes de que lleguen los demás. Y no se lo tengo que pagar, porque dice que vendió la casa de mamá y, con el dinero que le dieron, los puede comprar. También me compró una tele, el día que le firmé unos papeles para que el banco le diera el dinero. Algunos días también me trae chocolate y churros. Muchos viernes. Los que se tiene que quedar con la señorita Chelo a trabajar. La señorita Chelo también me quiere mucho. Como el tío Félix. Trabajan mucho juntos, y cuando ya es muy de noche, salen del despacho del tío riendo, y a veces de la mano. Yo los veo. Mi tío dice que lo hacen cuando han trabajado tan bien que salen tan contentos que se tienen que dar la mano. Pero que no se lo tengo que decir a la tía Marisa, porque a la tía no le gusta la señorita Chelo. A mi tampoco me gusta la tía Marisa. Nunca viene a verme. Y cuando viene me grita para que me lave. Y que me peine. Y no me trae nada. Y me dice que soy un retrasado. No me gusta que me digan que soy tonto. Una vez me lo dijo un señor en la escuela de jardinería. Y le di tan fuerte con el rastrillo que se lo tuvieron que llevar al médico para que se lo quitasen, porque el profesor no se lo podía desclavar. Al día siguiente fue cuando acabé la escuela, y mi tío dijo que podía venir aquí. Aquí yo estoy muy bien. En el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso, mi tío deja que sea para mí. Ya os digo que mi tío me quiere mucho y me da todo lo que quiero. Y para que no me aburra, como a mi me gusta mucho la carretilla, me apuntan en las cajas, dónde tengo que llevarlas o si quieren que las traiga de nuevo. Traen camiones llenos de cajas, y me van diciendo dónde las tengo que llevar. Y las llevo. Después me dicen cuales debo traer para ponerlas en el camión. Y las pongo. Así pasamos todos los días. Menos los domingos, que no vienen camiones. Pero mi tío me deja que limpie el toro, y que lo pinte. Me compró pinturas de tres colores para que lo pinte como me gusta. Desde hace tres meses, muchos domingos por la mañana, mi tío viene con mi prima Soledad a la nave. Cuando tiene mucho trabajo. Por eso también viene la señorita Chelo a ayudarle. Y Soledad y yo tenemos toda la nave para nosotros. A Soledad también le cuesta entender algunas cosas. Como a mí. Y también solo sabe contar hasta cien. Lo pasamos muy bien. Le llevo en mi toro hasta mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Vemos la tele. Vamos a las máquinas de la cafetería, y compramos algunos pastelitos. Porque mi tío me da los domingos cinco euros para las máquinas. Me siento muy bien cuando estoy con Soledad. Un domingo, hace un mes, ni Soledad, ni mi tío vinieron, pero si que vino la señorita Chelo. Alguien le llamó por teléfono y le debieron decir cosas muy malas porque lloró mucho cuando colgó. Yo le abracé muy fuerte. Como me lo hizo el Padre Luís el día que murió mamá. Y de tanto que lloró, a mi también me dieron ganas de llorar. Y lloramos los dos. Mucho. Tanto que me invitó a comer pastelitos y yo la llevé a mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Se sorprendió mucho la señorita Chelo de mi cuarto, y dijo algo de que no estaba en el inventario. Yo no se lo que es un inventario, por eso le dije que era una nave y que estábamos dentro de ella, que no se preocupase, que no había peligro. Hemos tenido poco trabajo estas semanas, dice mi tío, por eso no se han quedado a trabajar. Pero los camiones siguen llegando todos los días. Menos mal. Y hoy que es domingo, ha venido mi tío con Soledad otra vez. Y la señorita Chelo ha llegado después. Mientras trabajan en el despacho, Soledad y yo hemos dado muchas vueltas en el toro, porque a Soledad le gusta también ir montada en el toro en silencio. Yo le cuento los pasillos y le digo cuando puse cada caja. Cuando estábamos en la cafetería le he preguntado si querría ser mi novia y vivir conmigo en la nave. Así podríamos vernos todos los días y dar vueltas con la carretilla. Soledad me ha dicho que si, pero si le dejaba mi tío. Nos hemos sentado en las escaleras del despacho a esperar que terminasen de trabajar. Porque el tío me ha dicho muchas veces que cuando se trabaja no hay que molestar. A mi tampoco me gusta que me molesten cuando voy con el toro. El tío parecía contento y la señorita Chelo no paraba de querer peinarse con la mano mientras sonreía y se ponía bien la falda. Así que como estábamos todos tan contentos, se lo he preguntado. Si podíamos ser novios. A la señorita Chelo le ha parecido enseguida bien, y me ha pellizcado la cara dándome un beso. Me ha llamado Pillín. Yo le he dicho que no me llamo Pillín. El tío se ha empezado a enfadar diciendo que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra. Y otra. Tanto lo decía que me ha empezado a doler la cabeza, y les he dicho que se fueran. Y se han ido todos. Pero el tío ha vuelto. Gritándome. Ya no me quería. Y ha empezado a decirme cosas feas. Y a preguntarme si le había tocado el culo a Soledad. Y que adónde íbamos los domingos. Y… y… y me ha gritado. Y me ha dicho que yo era retrasado. Que era tonto… A mi no me gusta que me llamen tonto.

Ya les he dicho a estos policías que yo quería a mi tío Félix. Y que no sé donde está. Que discutimos por la tarde del domingo. Pero que yo me fui con mi toro y él se fue a su casa. Que ya no vino. Y tampoco se donde está Soledad. La señorita Chelo tampoco sabe nada. Sólo que la caja del pasillo 66 del rojo, en el 66 del fondo, en el sexto piso no debe moverse. Por lo menos en veinte años.

jueves, 24 de septiembre de 2009

La pelota de Marauder






Este relato ha sido suprimido por estar incluído en el libro "Viento"

domingo, 20 de septiembre de 2009

José Antonio Sin Tierra



"Este fin de semana no puedo porque me voy a mi pueblo", es la frase más odiada por mi. Tarde o temprano todo el mundo pronuncia la dichosa sentencia, y si al principio no tuvo importancia, poco a poco me di cuenta que me aislaba, no directa, pero si de alguna extraña forma, porque la gente que tiene pueblo se apoya entre sí, con la irracional idea de que por tener el mismo origen deben ayudarse. Y para colmo, ahora, con esto de las comarcas, aún se ha agrandado más el sentimiento de la zona, y parece que en la globalidad mundial, el pueblo de al lado del tuyo, es como tu salón, y el que dista veinte kilómetros, el dormitorio de invitados.

Tú te pones a hablar de lo más fino, educado, cortés y galante, y tarde o temprano alguien mete que es de tal o cual pueblo, y el resto del grupo gira en preguntas acerca del mismo, de sus habitantes, de si mantienes casa abierta, que si la abuela aún vive y si vas mucho por él. Y es que debe ser un remanso de paz, un refugio bucólico que todo el mundo debiera tener, una vuelta hacia lo primigenio desde lo que resurgir en momentos depresivos o de pérdida de la identidad. Pero, ¿y los que no tenemos pueblo? Pues, pasamos los veranos solos por la ciudad, paseando por sus casi vacías avenidas, mirando los apagados escaparates con el cartel de "cerrado por vacaciones", y en los que deberían poner también "me he ido al pueblo". Después, en septiembre, nos pasamos todo el mes aguantando vuestras chanzas en las fiestas, porque es lo principal que tienen los pueblos, que tienen fiestas, de bailoteo en verbena, carreras de sacos de solterones y algún pollo o cerdo engrasado suelto, por el que todos se matan para agarrar de la pata, porque de otro sitio da asco, la verdad.

Con todo esto, y aprovechando que me destinan a Madrid y allí nadie me conoce, he decidido buscarme un pueblo. Sí, ser de uno. O mejor dicho, tener pueblo, que no es lo mismo que ser de pueblo, que es más peyorativo y está muy mal visto. ¿Y de qué pueblo me hago? Difícil decisión, porque, si me cojo uno pequeñito, por difícil que sea, puedo encontrarme con una persona que realmente sea de allí y que se desmonte mi trama, pero por contra, si elijo una localidad más grande para esconderme entre la multitud, entonces no es un pueblo. Así que he encontrado uno... ¡deshabitado! ... nadie pisará mi coartada.

¡Qué placer! Mi primer día de trabajo, todo presentaciones, apretones de manos, buenas caras, declaraciones de formidables intenciones, parón para tomar un café, de máquina por supuesto, y conversación típica que termina en un “¿eres de la misma ciudad o tienes pueblo?”, a lo que orgulloso respondo mientras arrojo la moneda por la rendija - soy de Lasaosar-.

Lasaosar por aquí, Lasaosar por allá, estas vacaciones las paso en Lasaosar, no puedo ir a esquiar porque el puerto de Lasaosar está cerrado, y el puente no voy a la playa porque tengo comida familiar en Lasaosar. Y me lo creí, de tal forma que llegué a ir a semejante sitio, compuesto por seis casas derruidas, tres tapias en pie, y una iglesia sin techumbre. Ni siquiera pastos, huertos o un rebaño de ovejas que alegrase el yermo paisaje, volviéndome a Madrid con la sensación de quien lo abandonó en la década de la emigración y lo ha visto decaer con el transcurrir de los años.

Ciertamente es útil, porque en según que foros, y cuanto más altos mejor, para soltar una simpleza, pero que se cae de vulgar lógica, añades un "como dicen en mi pueblo", y quedas como el resumen del saber popular condensado en ti pero con gotitas de universidad académica. Y además sirve para todo, hasta para ligar. Os lo voy a demostrar, voy a entrarle a aquella chavala de la barra que mira distraídamente.

- Hola, me llamo José Antonio, ¿te importa me siente contigo?

- No, al contrario, lo agradezco, es que he llegado hoy a Madrid, y aún no conozco a nadie - me comenta con una sincera sonrisa.

- Ah, ¿eres de fuera?, yo tampoco soy de aquí, tenemos algo en común, ¿de dónde eres? - ya os dije que era útil, ya la tengo justo donde quería.

- De Lasaosar - me responde - ¿y tú? -

lunes, 14 de septiembre de 2009

Cadáveres con cuchara



Este relato ha sido suprimido al ser publicado en el libro "Viento"

domingo, 16 de agosto de 2009

Un abrazo para Álvaro

Mi mujer sabe que he seguido muy de cerca el rescate de Oscar, y todos los días me pregunta sobre el tema. Siempre le he dicho que lo van a rescatar. Esta mañana no. Le he respondido con un duro "no lo sacan". Muy entristecido. Demasiados días, demasiados contratiempos, pocos avances.

Y esta tarde oigo en la radio que se ha suspendido el rescate... y me ha caído como un jarro de agua fría. No quería oír lo que me temía.

No puedo llegar a alcanzar el dolor de Alvaro Novellón cuando hayan tomado la decisión de abandonar el intento.

El Latok ha ganado.

jueves, 13 de agosto de 2009

Una postal catalana



Sería un miércoles cuando llegamos al refugio. Casi a la hora de la cena, como debe ser. Mochilas grandes a la espalda que descargamos en las taquillas para dejar en ellas tan solo lo necesario para subir el pico, cada kilo que no llevas en la espalda se agradece. Ramón llegó cuando yo ya llevaba el champú en la mano y las chanclas puestas, “Taquilla 23” le dije, me ducho mientras te organizas.

Media hora después, nos sentábamos en la mesa junto a un catalán y dos vascos. Gente sanota, dicharachera y bromista, con los que entre el guiso y el postre terminamos por hacer esa camaradería que aparece en lo aislado de las montañas. Tras los cafés, nos salimos los cinco a la puerta, abrigándonos pues aunque era septiembre, cuando el sol se oculta, el frío nos recuerda donde estamos. Comentamos anécdotas de marchas, lo que pretendíamos subir y lo que habíamos subido, aspiramos el humo de los porros que fumaban los vascos y reímos hasta que el guarda nos mandó a las literas.

En el desayuno a las seis, nos sentamos juntos de nuevo. Cargamos nuestras mochilas y salimos a la vez rumbo cada cual a su cumbre. Recuerdo que fue un día precioso, muy luminoso y que al final de la tarde se puso un sombrero en las cumbres que soltó abundante agua y algo de nieve. Ramón y yo fuimos de los últimos en alcanzar el refugio, nuestra forma física es la que es, y el ritmo deja mucho que desear. Los vascos, duchados, limpios y jarra de cerveza en mano, se nos rieron a gusto desde la puerta cuando nos vieron llegar empapados, agotados y tan tarde.

Una ducha, ropa seca y zumo de cebada nos resucitaron, y aún quisimos sentir los últimos rayos de sol sentados en una traviesa que hacía de banco, mientras veíamos llegar a los nuevos huéspedes.

Otra vez en la mesa, listos para comer lo que son verdaderos manjares a esa altura, el guarda al traernos la olla nos preguntó: “¿No erais cinco?”, a lo que un vasco respondió: “Ostias, falta el catalán, pero se habrá ido para Aínsa porque no lo he visto en toda la tarde”.
Sin dejar la comida el guarda repuso que había reservado cena y que no había liquidado la cuenta…

- Habrá que subir a ver que pasa, dijo que iría al Pico Tellerda-
- Pues subimos, la ostia – secundó su amigo
- Os acompaño – dije yo mezcla de obligación y resignación.
Ramón se disculpó con la verdad de sus pocas fuerzas y experiencia, siendo mas estorbo que ayuda.

Encendiendo los frontales estábamos cuando el guarda salió para decirnos que nos esperaría hasta el regreso y que no dejásemos de avisar de nuestra vuelta.

Los vascos tiraron de mi a lo que me pareció un ritmo infernal, dejando claro que sus fuerzas eran muy superiores a las mías, y me vi muy apurado de seguirles teniendo en ocasiones que buscar sus luces para no descolgarme por completo.

A la hora encontramos al catalán en mitad del camino, acurrucado entre dos piedras y utilizando la mochila para abrigarse. Tenía el tobillo morado y se retorcía de dolor al apoyarlo. Ninguno de nosotros tenía ideas claras de medicina, así que cargué con su mochila y los vascos le cruzaron un brazo por cada lado, para que a la pata coja pudiésemos movernos. Otros tramos literalmente fue cargado al hombro, entre comentarios socarrones y otros que no entendimos por pronunciarse en euskera pero que claramente eran maldiciones. Tardaríamos unas tres horas en bajar, que se hacen largas, y al ver las luces del refugio creí verme llegando a casa tras días de ausencia.

Cumpliendo la promesa, en la puerta con unos cafés se hallaban Ramón y el guarda, que nada más vernos entraron al herido para practicarle un vendaje provisional. Yo me quedé mirando a los vascos, que como si nada, se despojaban de las mochilas y polares con naturalidad. Uno de ellos al percatarse de mis ojos me dijo: “Y ahora… ¿cenaremos o qué?”

No sé los nombres de aquellos vascos, ni del catalán que se bajaron por la mañana en el helicóptero, quizás sea esa la grandeza de los montañeros, que no es necesario saber los nombres. Pero desde entonces recibo todas las navidades una postal, sellada en Barcelona. Sin más letra.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Aguanta Oscar, Aguanta



El montañero de Tramacastilla, Oscar Pérez, lleva más de seis días a 6.500 m. con una pierna y mano rotas a quince grados bajo cero. Su compañero tuvo que dejarlo metido en un vivac para bajar a pedir ayuda. Ahora con un yanquie de compañero a vuelto por él, pero tardará un par de días en llegar. Otro grupo de dos americanos con dos guías de alto nivel, también han partido desde otro punto. Y desde aquí hemos mandado prácticamente a la selección nacional de montaña, lo más granado que tenemos, en un avión de tres escalas.

Como siempre, ante el apuro de un montañero, la generosidad de sus compañeros ha sido inmediata, sin preguntar y jugandose la vida. Creo que si consiguen robarle al Latok II a Oscar, pueden sentirse héroes y orgullosos de dejarlo todo para rescatar a quien no conocen. Todos saben que Oscar haría lo mismo por ellos.

Nunca se ha realizado un rescate a tanta altura. Nadie ha aguantado tanto. Daría mi reino por poder estar en uno de esos grupos de rescate y ayudar a bajarlo.

Aguanta Oscar, aguanta. Ya van por tí.

martes, 11 de agosto de 2009

No podía ser de otra forma

Escondido bajo el seudónimo de "Tellerdano", he participado en el concurso "Soy el que mas sabe de las fiestas de San Lorenzo" en el que he quedado CAMPEÓN de campeones... espero sirva esta prueba como que los de Tellerda somos viejunos...

lunes, 3 de agosto de 2009

El misterio de Edwood





Este relato ha sido incluído en el libro "Viento"

viernes, 3 de julio de 2009

Narrativas






Cuando parece que mis textos comenzaban a decaer, las visitas a mi blog bajan y mi capacidad creadora estaba llegando al mínimo, entonces aparece la revista Narrativas y publica "El puntal de la vida", uno de mis relatos más queridos. Agradezco a Carlos Manzano su interés y apoyo.

Tal vez este sea otro empujoncito. Se verá. Ahora tengo días por delante para pensar.

sábado, 13 de junio de 2009

Recordatorio

Llegados hasta aquí, me gustaría hacer un parón y recordar lo publicado en este blog hasta el momento, para ofrecerles a los nuevos seguidores aquellos relatos que por ser anteriores, tal vez han pasado desapercibidos. Gracias a todos por vuestro apoyo.

Alpargatero. Un baile. Unos recuerdos. Una vida. "El Tolosano". Los lectores más fieles sabrán encontrarle la continuación a Nieto de alpargatero en este relato.

Binza. El primer relato que se publicó aquí, tal vez por eso pasó desapercibido. Me salió de amor. Nunca cogereis una cebolla igual tras leerlo.

Castañas pilongas. Uno de los relatos que me han dado y me darán más alegrías. Anselma y Francisca separadas por un tabique. Sirvió para que alguno supiese que las pilongas se comen con garbanzos.

El pueblo de Dieste. El primer relato de mi vida por encargo. Gracias José Ramón. Leyenda sobre la creación de un pueblo en la reconquista, de donde provienen los Dieste.

El puntal de la vida. Mi mayor obra en extensión hasta el momento. Pedro y Félix salen de Tellerda para vivir una aventura en la España del s.XVI. LLegarán a embarcar en la Armada Invencible. El único que alguien se ha atrevido a ilustrar, fue ikado, gracias.

La cruz del escudo. La polémica sobre la Cruz en la camiseta del equipo de fútbol de Huesca, lo sacó de mi cajón. Es un relato que no supo apreciar Antón Castro. La leyenda sobre San Jorge en los campos de Alcoraz. Basta de dragones.

La gaita con volantes. Sin duda el relato al que más cariño le tengo. LLoré al escribirlo. Lloré el día que tuve que leerlo, y ví llorar a quien me lo encargó. Los gaiteros aragoneses tienen corazón.

La predicción. Hoy es fácil, te haces una prueba y un tipo que ni te conoce te dice el sexo de tu hijo. Pero en Tellerda hubo otros métodos... y no menos fiables.

La señal de la cruz. Dedicado a todos los habitantes de Lagunarrota. Gracias a Carlos y los suyos. Se lo debía a Berbegal. Iré a levantar el mayo. Prometido. Este relato tiene mucho escondido. Dicen que la cruz aún esta, por lo menos su espíritu.

Léeme. Mariano me lo pidió. No sé negarme. La Fraternidad quiso publicarlo. Los rastrillos tienen su encanto, son causa justa y siempre hay algo que necesita ser comprado.

Redención. Otro de mis textos favoritos. Grandes personajes. ¿Necesitan redimirse de sus pecados, de si mismos o del Ruché?

Tres amigos con suerte. Los tres son felices. Los tres no lo son. Los tres piensan que se equivocaron.

Sin reblar. Una historia de dos derrotas. Un amor imposible. Dos combatientes de la 43. Mirlo y Andresico. Una sola orden.

Viento. Seguramente mi relato más poético. Fue escrito como colofón al malogrado libro "De Ciento a Viento" que pensaba editar con el gran Jaloza

Niban. El Japón más clásico. Li Homanpei, un héroe de leyenda. Todo samurai siempre quiso un niban a su lado

Mi camisclo azul. Todos quieren tener uno. Surrealismo polisémico. Quizás encuentres uno.

Mientras sigo preparando más relatos, revisad ese que os falta. Tal vez os guste. Gracias a todos otra vez

jueves, 11 de junio de 2009

Venid, os espero, debajo de un dolmen







Estoy recibiendo muchos mensajes solicitando que aclare dónde se encuentra Tellerda, pueblo al que estáis todos invitados a tomar un vino con magras y que al ser tan pequeño, entiendo que no aparezca en muchos mapas. Supongo que todos sabéis que está en la provincia de Huesca, en el Sobrarbe, al norte de Aínsa, siguiendo por el camino que va a Francia, en las faldas de Cotiella (2.912 m).


Os aporto un plano de Sobrarbe, donde aparece. Si fuera un virtuoso de la ilustración, como el Sr. Ubé, resaltaría Tellerda para una más rápida localización, pero si miráis al centro lo encontrareis. Ya sabéis la famosa cantinela: “Verás que misterio, pronuncio Sobrarbe y digo Aragón”, con lo que Tellerda es el mismísimo corazón.

Una vez que lleguéis al pueblo, lo primero que encontrareis es la fuente de cuatro caños y una calle empinada que sube hasta la Plaza Mayor, donde está la iglesia románica levantada en honor a Santa Orosia. Si en vez de subir por esa calle, seguís por el mismo camino que viene desde Aínsa, a la izda tenéis “La taberna del Zarpas”, y justo enfrente, otra calle que también sube a la plaza. Es en esa calle, en la primera que la cruza hacia la derecha, donde está Casa Berbi, enfrente de Casa Raso y al lado de la tienda de la herrería. Los Picón viven en esa calle igualmente, hacia el otro lado, subiendo hacia la izquierda.

No quiero liaros más, en el fondo en un pueblo con tan pocas lumbres, basta con preguntar al primero que veas y te sabrán indicar. Algunos me apodan “ El nieto del cucho” y otros “el escritor de Casa Berbi”. Os espero. Tal vez también queráis ser tellerdanos.


jueves, 4 de junio de 2009

TOMATE (LO)


Este relato ha sido suprimido al publicarse en el libro "Viento"

lunes, 1 de junio de 2009

El delfín que perdió su sonrisa



Este relato ha sido incluído en el libro "Viento"

sábado, 23 de mayo de 2009

El guirlache janovés


Menos mal que El Diario del Altoaragón, mañana domingo, publicará mi relato El guirlache Janovés, una receta de cocina en la que buscar el ingrediente secreto y que nos recuerda una de las mayores puñaladas a Sobrarbe, a Aragón y al ser humano. Ardo en deseos de leer vuestros comentarios, me gustaría saber vuestra opinión.






domingo, 17 de mayo de 2009

La novia del preso



Este relato ha sido suprimido al publicarse en el libro "Viento"

martes, 12 de mayo de 2009

TETRAEDRO





Este relato ha sido incluído en el libro "Viento"

jueves, 16 de abril de 2009

La francesita Desireé




Paró el coche de línea frente a “La taberna del Zarpas” con su sonoro soltar de aire al tiempo que abría la puerta delantera. Me levanté del banco de madera de la parada como si me costase un gran esfuerzo, con un palo de regaliz entre los dientes. Por los tres escalones, tras el conductor, bajó una joven con boina de paño en la cabeza y pañuelo vistoso de amebas por el cuello. Su imagen era la de una pintora liberal o la de un retrato de Angélica Morales realizado por los pinceles de Eduard Blanco. Me dirigí a ella directamente, y pese a no haber nadie más esperando, permaneció ausente como si no me viese. Ayudé al chofer a sacar la maleta de las tripas del autobús:

-Me ha dicho Eduard que querrías ser tellerdana, así que he pensado que mañana te llevaré a un lugar para que te quedes por la eternidad con nosotros. Saldremos pronto, antes de que llegue el autobús de Zaragoza, por si Jaloza viene en él y nos arruina el plan. Él no es hombre de montañas – le dije cargando con sus bultos calle arriba en dirección a Casa Berbi-.



- Lástima, me hubiese apetecido conocerlo. Se me hace difícil creer que va a venir hasta aquí con lo poco que le gusta viajar – respondió con un atuse de su brillante pelo siguiendo mis pasos



- Es por su esposa, una gafotas empollona que le habrá echado para poder estudiar tranquila... – mis palabras sonaron menos sarcásticas de lo que querían ser.



La alojé en la habitación anexa a la mía, y aproveché su tiempo de acomodo e higiene para freír unas costillas de adobo, unos pimientos verdes y humedecer con un poco de moscatel unas moras para el postre. Cenamos a gusto, hablando de las cometas de Eduard, de las tontunas de Jaloza, de las críticas de Luís y de las idas de pelotilla de Ubé. A mi prima apenas la mentamos, está de gira. Y fue con el licor de espliego cuando se me insinuó. Claramente. Me hice el despistado, como que no lo interpretaba en el sexual sentido que ella utilizaba, hasta que se me sentó a horcajadas y me besó.



Soy un hombre difícil de enamorar y pese a que me recitó de carrerilla alguno de mis relatos, que me mostró una foto mía que llevaba en su carterita rosa de franela, y me explicó que se había tenido que montar todo lo de su novio, la estación del Mollet, lo de Eduardo... todo para venir a España en mi busca; por más que me jurase, yo no la creí. Sabía que era como todas las demás, querían mi cuerpo y mis dineros. Nada más. No buscaban mis sentimientos, mi alto intelecto o poder cocinar a mi lado.



La desperté pronto, sobre las seis y media, rozándole con mis labios en el hombro desnudo que todavía me abrazaba. – Hay que irse ya – susurré. Remoloneó por las sábanas mientras armé la mochila y me preparé de travesía, así pude contemplar con qué delicadeza vistió su cuerpo con las sedosas prendas francesas que se abotonó. –Ponte este polar también, hace fresco de mañana –



Al salir de Tellerda, conforme se coge altura hacia el collado las vistas van pasando de maravillosas a insuperables. Atravesamos un mar de almendreras en flor, los verdes prados falderos, tomamos el sendero de hierbabuena y almorzamos bajo el último abeto negro. Desde allí la subida ya se torna dura, pedregal, viento y blanco polar.



Desireé, la francesita, me pidió parar, el frío comenzaba a paralizarle y el bello placer no le compensaba. – Estamos cerca – le engañé utilizando la mejor de mis sonrisas, la misma que usé para convencer a Jaloza para que escribiese, clavada a la que puse cuando el Sr. Ubé me pilló con el brazo rodeando a Angélica, idéntica que la que dibujé al ver a Luís en una foto, clónica de la muestro cuando Eduard saca sus Smith&Wesson del 44.



La ventisca se levantó, arreciando de tal forma que tuve que acordonar la cintura francesa que tantas cabezas volvió locas, con la mía, que a modo de tractor tiró hasta franquear las nubes y tomar la cumbre.



- ¡Quienes son esas! - gritó horrorizada al verlas.



- Siéntate, Desireé, pronto comenzarás a tener sueño y desearás quedarte aquí, para la eternidad con ellas – le expliqué recogiendo la cuerda y preparando mi vuelta.



Allí quedó, recostada contra una piedra, con el gesto dulce, como lo eran sus manos. Cuando se endureció la coloqué en dirección a Leuret, conformando un cuadro que bien pudiese haber pintado Eduard, formando un ángulo que parecía chirriar letras ininteligibles como las que escribe Jaloza. Quiero que me comprendáis, entended mi obra, no seáis tan críticos como Luís.

viernes, 10 de abril de 2009

La francesita de Eduard

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Si te quedaste con ganas de saber como acaba la fabulosa historia de Eduard Blanco permaneced atentos a este blog porque se publicará el final...

¿Qué le espera a Désirée en Tellerda?


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martes, 7 de abril de 2009

Narrativas




¡Con-ten-to!

La prestigiosa revista Narrativas, coordinada por Carlos Manzano, ha tenido a bien en publicar mi relato “Castañas pilongas”. Entre los nombres que aparecen en ella están Luis Borrás, haciendo una critica de mi admirado Miguel Mena, y José Antonio Lozano, compañero de fatigas, con su magnifico relato “La iglesia de Gabor”.

Os invito a entrar en la citada revista.


Gracias a Carlos Manzano - María Dubón - Emilio Gil - Mónica Gutiérrez Sancho - Nerea Marco Reus y Luisa Miñana por darme esta estupenda oportunidad.


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sábado, 4 de abril de 2009

Binza

Las uñas hacia adentro y el cuchillo apoyado en la segunda falange, así es como se debe cortar la cebolla. No muy rápido, porque me gusta oír su sonido al ser cortada, ese crujir tierno que me recuerda tanto a la primera vez que la vi. Ella intentaba sin éxito no hacer ruido al comer, y aunque cerraba la boca, se dejaba escuchar la ensalada al ser triturada por sus blancos dientes. Miró a mi mesa sin verme, con los carrillos llenos de vegetal, a la vez que entornaba sus ojos por la luz directa que el lucernario del centro comercial dejaba pasar. Yo si que la miré a ella, hasta que hipnoticé sus ojos y me dieron permiso de sentarme a su lado.


Tal vez las lágrimas que me caen no sean causadas por el picor de la cebolla troceada, sino porque me he sorprendido acariciando la binza de otra que acabo de sacar de la nevera y es casi tan suave como tenía la piel de su brazo la primera vez que la toqué. Imperceptiblemente, pero mi espalda fue recorrida por hormigas que corrieron hasta mi trasero para desaparecer. Cuando la pude tocar, al tomarla de la mano, yo estaba demasiado caliente como para notar otra cosa que no fuesen sus fríos temblores, mezcla de nerviosismo e impaciencia.



Voy pelando la cebolla con la mirada perdida por la ventana de la cocina, quitando una a una las capas, con delicada firmeza, palpando la suavidad oculta en todas ellas, hasta llegar a la más profunda, esfera perfecta que se deshace entre los dedos que la llevan hasta mi boca, lo mismo que sucedió aquella noche ...



Apuro mi copa de vino tras el ding-dong de la puerta, la mesa está dispuesta, la música de fondo, la luz en estudiada penumbra para que las dos velas resalten, la cena en el horno, una ensalada para el centro, y para mi cama... la binza de una cebolla...

jueves, 2 de abril de 2009

Más sobre THE GUIRLACHES





Me desayuno hoy con asombro en EL VOCERO DE LEURET que Joe GUN Ubé terminó como guionista de películas B en los EE.UU, consiguiendo alguna repercusión con una serie que llevó su propio nombre














De Weaver tan sólo he podido alcanzar a saber que se casó con una guitarrera hippie a cuya hija llegó a darle el apellido. También esta chica acabó haciendo películas de alienígenas.









Diferente final tuvo Mulberry que se retiró del mundanal ruido de New York a un pueblo del Pirineo de cuyo nombre no puedo acordarme, para plantar morales y hacer mermelada de moras con la marca "El tellerdano" que aún se pueden conseguir en los comercios del ramo, pero en tarritos.

miércoles, 1 de abril de 2009

THE GUIRLACHES

Os dejo un póster promocional del grupo THE GUIRLACHES que amenazan con recorrer la geografía aragonesa este verano. Están buscando solista-artista que amenice los pasodobles y cumbias, cante los boleros y enseñe pechuga y pernil. Me han asegurado que llevan en el repertorio la canción “Paco Paco”, éxito seguro de este verano 2009. Aquellos ayuntamientos sin graduación y verbenas festivaleras que deseen incluirlo en sus Fiestas Populares pónganse en contacto con mi primo consorte, Sr. Ubé, que es el representante del descomunal grupo. No se dejen llevar por la indumentaria que engaña, en realidad dan muy buen directo y sobretodo espectáculo.

Si finalmente logramos sacar adelante el proyecto Generación Guirlache, cuento con ellos para la celebración de la presentación.




martes, 31 de marzo de 2009

El corazón no se puede cambiar


La Fraternidad vuelve a darme una alegría al publicar otro de mis relatos en su número de abril-2009. Gracias.


Por otro lado, durante los últimos días algunos habeis visto que me habían colocado, sin mi consentimiento, publicidad en este blog. Os pido disculpas. Siempre he apostado por mantenerme al margen de cualquier tipo de patrocinio, marcas o links comerciales, y ha sido al conseguir un puesto alto en el ranking de relatos de una determinada clasificación cuando unilateralmente, wescope, me ha metido esa publi con promesas de riquezas y amenazas de retirarme de sus listas. Mi respuesta fulminante ha sido sacar mi página directamente. Perderé audiencia, lo sé. Pero también sé que no perderé a nadie que me importe. Que se piren y los anuncie Zafón... ¡Berbi no se vende! ¡Es un autor maldito!


PD: Pinchad el relato para leerlo ampliado... cuidad vuestros ojos.

viernes, 13 de marzo de 2009

Hecho sin nombres





Este relato ha sido eliminado al publicarse en el libro "Viento"

martes, 10 de marzo de 2009

Prototípico


Este relato ha sido borrado al publicarse en el libro "Viento"

jueves, 26 de febrero de 2009

San Beturián vendido

MARIANO GARCÍA. Zaragoza. HERALDO DE ARAGÓN 26/2/09

"Yo no he vendido por despecho sino porque era lo mejor. El contrato privado lo firmamos el 13 de octubre pasado, y no lo hemos elevado a escritura pública hasta ayer (por el martes). He buscado un socio para no depender de los bancos, y no hay vuelta atrás". Luis Vecino, hasta ahora propietario del palacio abacial y la hospedería del monasterio de San Victorián, ubicado en El Pueyo de Araguás, Huesca, aseguraba ayer haber vendido el 42,5 de las acciones de la empresa dueña de la parte privada del cenobio, Monasterio de San Victorián, S. L., a un grupo inversor qatarí, Leonardo W. L. L. El precio pagado: 750.000 euros.
La noticia deja el monasterio en una situación aún más paradójica y delicada de la que se encontraba. Cerrado a las visitas por sufrir graves problemas de conservación; con una parte pública a la que no llega el dinero prometido por el Ministerio de Vivienda para su restauración; y una parte privada dividida entre un empresario que vio rechazado el proyecto hostelero que quería llevar a cabo y una firma qatarí de la que se desconocen sus intenciones.

Para rizar el rizo, y aunque lo que se han vendido han sido acciones y no propiamente restos de la edificación, la noticia supone que una firma árabe se ha hecho dueña de parte del que se considera el monasterio cristiano más antiguo de España. Una construcción ruinosa en la que, además, no puede hacer prácticamente nada porque, al ser Bien de Interés Cultural, la Ley de Patrimonio le concede la máxima protección.

lunes, 23 de febrero de 2009

Viento

Hace más de un año escribí un texto más poético, por requerimiento de Jaloza que lo deseaba para el malogrado "De Ciento a Viento". El Diario del Altoaragón lo ha recuperado del ostracismo al que yo lo tenía condenado. Es otro registro.

http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=556810

sábado, 14 de febrero de 2009

NIBAN

















Este relato ha sido incluído en el libro "Viento"
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Fotografía: Carlos Manzano

domingo, 8 de febrero de 2009

En el Diario del Altoaragón

Pues si. Ocurrió. Ya he sido publicado en un periódico. Podré decirle a mis hijos que me busquen en las hemerotecas.

http://www.diariodelaltoaragon.es/SuplementosNoticiasDetalle.aspx?Sup=1&Id=554355





Y si me parecía poco, el gran artista, en el más amplio sentido de la palabra, EDUARD BLANCO, le dedica un óleo a uno de Tellerda. Da igual quien sea ese uno, todos los oriundos de ese pequeño gran pueblo nos alegramos.
¡Qué decir! ¡Estoy seguro que si puede ocurrir algo mejor será pecado o ilegal!



miércoles, 4 de febrero de 2009

Mi camisclo azul

Ilustración: Sr. Ubé








Me gusta pasear la hora que antecede a la lluvia. El cielo está cubierto de algodón gris que endurece mi espíritu y aclara mi mente. El aire corre limpio y huele a tierra, es tibio y me libera la serenidad. Ayer llovió. Una hora antes, yo paseaba por los montes de Cerrocid, algodonando, aclarando, limpiando, oliendo y liberando. Normalmente cuando entro en casa lo hago calado hasta las entretelas, pero ayer no. Ayer me senté en el monte y dejé que la lluvia me purificase, suave al principio, violenta al final.


Cesó el agua y me incorporé. Fue entonces cuando creí verlo entre las piedras ladera abajo. Caminé hacia él y lo observé en cuclillas sin tocarlo, hasta que no tuve duda y lo cogí. Era un camisclo azul claro, muy raro de ver, y más de conseguir. Con-ten-to, de haberlo encontrado, al principio no pensé en podérmelo quedar, seguramente tendría dueño y que por alguna extraña razón lo habría extraviado, pero seguro sólo temporalmente.


Pasaron las horas e incluso días, y nadie lo reclamó. Empecé a hacerlo mío, y nos fuimos acostumbrando el uno en el otro, con corrección, asumiendo que en cualquier momento nos podrían separar. Incluso los fines de semana y vacaciones, yo viajaba con mi familia, dejándolo solo en casa, pero a mi regreso lo encontraba mas crecido, más fuerte, mas necesitado de mi... y lo peor, yo de él.


Caímos el uno en el otro. Sin llegar a creerme su dueño, por ser imposible y por lo difícil de que algo tan bello y hermoso pudiese ser para mi, un hombre normal, de los que pasan desapercibidos, común. Se veía mejor conforme yo me entregaba a su cuidado, pidiéndome más charla, más entrega, que yo le daba abandonando mis quehaceres rutinarios, pero encontrando una ilusión en mi interior que hacía mucho tiempo que no sentía, si es que llegué alguna vez a sentirla.


El camisclo, fue creciendo con el tiempo, musculándose, ocupando espacio, hasta alcanzar el techo del salón y presionarlo de forma que lo comenzó a agrietar. Esa fue la primera crisis, pues tuve que enfrentarme a toda mi familia para no talarlo, costeando la apertura de un agujero, a modo de chimenea que llegase hasta el tejado. Pero como ser maravilloso, vio mi angustia y se hizo florecer cuatro brotes, rojos, para que pudiese regalárselos a mi esposa y tres hijos, así, cada cual tuviese su camisclo propio, pudiendo disfrutar de la misma forma que yo lo hacía.


Después llegarían sus plantaciones en el jardín y los siguientes meses fueron los más felices. Todos encontramos nuestros gemelos en los camisclos, nos hicieron convivir en el amor, comulgando en la tranquilidad de la vida entre el jardín y el salón. Durante el verano pasábamos el día bajo sus sombras, parloteando con ellos y comiendo sus generosos frutos. Para septiembre, decidimos no podarlos y dejar que se uniesen las yemas fundiendose en un solo ser, llevando las ramas mas largas a injertarlas con las del azulado ser que habitaba en casi toda la casa ya. Aquel año, el invierno fue crudo, y todos bajamos nuestra actividad, como adormecidos, sin apenas comer y mucho dormir, esperando una primavera.


Llegó con la fuerza vital del mover de la savia, rebrotando en nuestros cuerpos, para abonar, recolectar y comer más fruta que nunca. Mis hijos dormían bajo las hojas de sus camisclos, y mi esposa... mi esposa hacía meses que no yacía conmigo, sino en una rama gruesa con forma de cama. Yo empecé a criticar nuestros hábitos a mi adulto camisclo azul, que siempre terminaba por convencerme de que todo eran malentendidos y reticencias infundadas. Supongo que mis comentarios fueron subiendo de tono, hasta que un día llegué a amenazarles con la poda indiscriminada si no volvíamos a nuestra vida humana cotidiana de antaño. Esa misma noche, oí mucho trasegar de hojas y ramas, temiéndome lo peor, encerrándome en mi cuarto.


A la mañana siguiente, al abrir la puerta, la encontré tapiada por un fuerte brazo leñoso rojo, y las ventanas por otro azul. Lo comprendí. Venían a por mí, eran ellos o yo. Tomé con las dos manos el hacha que guardaba bajo la cama, y partí la roja madera, viendo surgir la resina amarillenta a cada golpe que daba. Al salir, me dirigí recto al salón, y mirando a la cara del viejo camisclo, que me pedía calma y sentido, le corté la boca de un tajo, talándolo en la base, hasta segarlo de parte a parte. Algunas ramas intentaron lo inevitable, pero yo ya blandía el hacha contra todo, emborrachado de sangre y venganza, un frenesí de levantadas de acero y caídas de muerte, hasta que agotado caí sin sentido.


Me desperté mojado de lluvia, fue entonces cuando creí verlo entre las piedras ladera abajo. Caminé hacia él y lo observé en cuclillas, sin tocarlo, hasta que no tuve duda y lo cogí. Era un camisclo azul claro, muy raro de ver, y más de conseguir.

viernes, 9 de enero de 2009

Castañas pilongas

Cuando las nieves caen sobre Tellerda, el paisaje se pinta suave y las laderas de Cotiella pierden su verdor hasta la primavera. Pero las calles se hielan y la vida se torna más dura. Las gentes se refugian en la soledad de sus casas, esperando que vuelva a crecer la albahaca cuando la blancura se derrita. Y fue en uno de los inviernos más largos y gélidos que se recuerdan cuando transcurrió la historia que hoy les quiero contar.

Anselma vivía en la calle que sube hacia las parideras desde la plaza Mayor, junto a la de Francisca Arista, quien tuvo la única carnicería del pueblo. Ambas llevan ya varios años viviendo solas, una por quedarse viuda, la otra por no casar y morir su hermano. Desde entonces comparten prácticamente sus vidas, si bien comen y duermen por separado, como es menester de mujeres temerosas del qué-dirán. Cuando el clima lo permite, tras desayunar y aviar las casas, salen a sentarse a la calle, a veces con las agujas de hacer calceta, siempre con la bolsa del pan, para que, cuando el hijo de la Chon baje al horno, pueda subirles una hogaza que ellas se reparten por la mitad. Tras la novela radiofónica vuelven a salir a tomar algo de sol, hasta que en el ocaso entran en el patio, cada día en uno alternativamente, a jugar a las cartas, comentando lo poco nuevo que ha ocurrido en sus vidas. A las nueve en punto, cada una acude a su cocina a calentar el puchero para la cena, y sobre las diez ya están acostadas, que no dormidas, más porque sus ancianos cuerpos descansen que por necesidad de sueño. La vecindad ha propiciado que tan sólo un tabique separe sus camas, así que antes de cerrar los ojos se han acostumbrado a golpear tres veces la pared, para esperar la misma señal por respuesta como mensaje de que todo anda bien al otro lado. Al despertarse, sobre las siete, la primera que vuelve a la vida emite el mismo pom-pom-pom, siendo correspondida inmediatamente e iniciándose un nuevo día.

Sin embargo los inviernos son bien distintos. El estar en la calle se hace imposible y todas las horas se pasan en las cocinas, único sitio donde la lumbre calienta. Son muchos los días que pasan encerradas por una cuarta de nieve, recibiendo tan solo los lunes la visita de Martín, el hijo de la Chon, que les acerca los panes y algo de carne. Y en ese vivir de soledad, el ritual de los golpes en el tabique se repite, día a día, como un pronunciar “sigo viva”. Tan sólo esta rutina se rompe el día de Nochebuena, cuando el hijo de Anselma llega con su mujer a cenar y pasar la celebración, hasta que tras la comida de Navidad, vuelve a Barcelona devolviendo el silencio a la casa que recibirá el pom-pom-pom en los tabiques al anochecer.

Pero aquel invierno Martín anunció al entrar las hogazas, que había carta de Barcelona que venía a decir que ese año la familia de Anselma no iría por Nochebuena, puesto que las pasaban en Mallorca con unos amigos. Francisca se enteró de la noticia, pues el hijo de la Chon le pidió que estuviese pendiente de su vecina al notarle decaer mucho el ánimo, y pasó a visitarla preguntándole que si le parecería bien que cenasen juntas en tan señalada noche, y hasta no tener su consentimiento no se movió de la puerta.

Los quince días que faltaban transcurrieron como los demás, encerradas en sus casas, comiendo costillas de adobo y alimentando la estufa de leña. El 24 de diciembre no nevó pero la temperatura bajó por el viento que entraba desde Francia, así que Francisca tuvo que abrigarse bien y andar con mucho cuidado para recorrer los cinco metros que separan sus puertas, temiendo que un resbalón en el hielo hubiese tirado por el suelo la olla con las castañas que había cocinado para la cena. Anselma atrancó bien la puerta en cuanto su vecina entró, ajustándola con un paño para evitar que el frío entrase por la holgura. La mesa ya estaba puesta, con dos platos, cubiertos, vasos, servilletas, sidra, y pan.

- He traído garbanzos con castañas pilongas. Se las encargué a Martín porque siempre dices que las comes en Nochebuena y que te gustan las que te traen de Barcelona. Estas son de Aínsa, a ver que tal. – dijo Francisca dejando la olla sobre un salvamanteles de esparto que había en el centro de la mesa.

El segundo plato fue un guiso de pollo con pasas, que Anselma sirvió junto con la sidra, mientras escuchaban un programa de variedades. Las almendras garrapiñadas fueron el postre y a eso de las once, Francisca hizo ademán de levantarse para ponerse el abrigo.

Espera un momento – le dijo su vecina, y de la bolsa de las agujas, sacó dos manoplas rojas. – Tómalas. Son por Navidad

Francisca Arista no supo en ese momento recordar la última vez que recibió un regalo, y tal vez por eso una lágrima brotó de sus ojos. Rodeó su cuello con la bufanda, y metió sus manos en tan apreciado presente. Se despidió con gesto corto y mirada fija. Anselma desencajó el paño de la puerta y la abrió, pero antes de que se fuese le cogió del brazo para decirle: – Son muy buenas las pilongas de Aínsa. –

Los días fueron pasando. Pom, pom, pom. Enero se hizo Historia. Pom, pom, pom. Febrero fue vencido. Pom, pom, pom. El primero de marzo, el sol entró por la ventana de Francisca, para calentar tímidamente su almohada y sus arrugadas mejillas. Al abrir los ojos vio como la luz daba vida a su geranio que se desperezaba del letargo. Levantó el puño, como todas las mañanas, y golpeó la pared, pom-pom-pom. No hubo contestación. Debía ser tarde, tal vez se hubiera levantado. No. No lo haría sin dar la señal. Volvió a golpear, esta vez más fuerte. POM, POM, POM. Nada. Se vistió lo rápido que sus brazos pudieron y se abalanzó sobre la puerta, que casi no pudo abrir por lo atrancada de la humedad invernal. Corrió hasta la casa de su vecina y por más que gritó, no consiguió respuesta. A la llamada de auxilio se congregaron varios hombres y fue Martín quien derribó la entrada para encontrar a Anselma tendida muerta en su cama.

Días después, cuando la albahaca reverdeció y las aliagas despuntaron hacia el amarillo, Francisca volvió del colmado donde había recogido el encargo que llegó desde Barcelona. Se le veía más decaída desde que enterraron a su vecina, se ha vuelto más reservada, sale menos a tejer a la calle, y desde hoy, tiene la manía de dormir con un puñado de castañas pilongas en su mesilla.