Dedicado a Jaloza y sus "Manías"
El tío Félix me quiere mucho. Si. Me quiere mucho. Cuando terminé de estudiar jardinería, le dijo a mi padre que podía venir a trabajar aquí con él. Para ayudarle. Él me enseño a conducir la carretilla, o el toro que le llamo yo. No es fácil conducir el toro. Mi tío tardó un mes en dejármelo llevar a mí solo. Me quiere mucho mi tío. El día de mi cumpleaños me lo regaló. Dijo que éramos tal para cual. Y desde entonces, voy siempre montado en él a todas las partes. Porque no salgo del almacén. Mi tío dice que es muy peligroso salir del almacén. Desde que murió mamá, vivo aquí dentro. Como si fuese mi casa. Pero mucho más grande. Muchísimo más grande. El almacén tiene tres veces cien calles. Yo sólo se contar hasta cien, por eso, mi tío pintó cien azules, cien rojas y cien amarillas, así yo puedo encontrar cualquier caja que me pidan, o dejar la que me den donde me pidan. Si, mi tío me quiere mucho y se preocupa de mí. Todas las mañanas, cuando él viene de su casa, me trae un bollo de chocolate y desayuno en la cafetería de la nave. Antes de que lleguen los demás. Y no se lo tengo que pagar, porque dice que vendió la casa de mamá y, con el dinero que le dieron, los puede comprar. También me compró una tele, el día que le firmé unos papeles para que el banco le diera el dinero. Algunos días también me trae chocolate y churros. Muchos viernes. Los que se tiene que quedar con la señorita Chelo a trabajar. La señorita Chelo también me quiere mucho. Como el tío Félix. Trabajan mucho juntos, y cuando ya es muy de noche, salen del despacho del tío riendo, y a veces de la mano. Yo los veo. Mi tío dice que lo hacen cuando han trabajado tan bien que salen tan contentos que se tienen que dar la mano. Pero que no se lo tengo que decir a la tía Marisa, porque a la tía no le gusta la señorita Chelo. A mi tampoco me gusta la tía Marisa. Nunca viene a verme. Y cuando viene me grita para que me lave. Y que me peine. Y no me trae nada. Y me dice que soy un retrasado. No me gusta que me digan que soy tonto. Una vez me lo dijo un señor en la escuela de jardinería. Y le di tan fuerte con el rastrillo que se lo tuvieron que llevar al médico para que se lo quitasen, porque el profesor no se lo podía desclavar. Al día siguiente fue cuando acabé la escuela, y mi tío dijo que podía venir aquí. Aquí yo estoy muy bien. En el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso, mi tío deja que sea para mí. Ya os digo que mi tío me quiere mucho y me da todo lo que quiero. Y para que no me aburra, como a mi me gusta mucho la carretilla, me apuntan en las cajas, dónde tengo que llevarlas o si quieren que las traiga de nuevo. Traen camiones llenos de cajas, y me van diciendo dónde las tengo que llevar. Y las llevo. Después me dicen cuales debo traer para ponerlas en el camión. Y las pongo. Así pasamos todos los días. Menos los domingos, que no vienen camiones. Pero mi tío me deja que limpie el toro, y que lo pinte. Me compró pinturas de tres colores para que lo pinte como me gusta. Desde hace tres meses, muchos domingos por la mañana, mi tío viene con mi prima Soledad a la nave. Cuando tiene mucho trabajo. Por eso también viene la señorita Chelo a ayudarle. Y Soledad y yo tenemos toda la nave para nosotros. A Soledad también le cuesta entender algunas cosas. Como a mí. Y también solo sabe contar hasta cien. Lo pasamos muy bien. Le llevo en mi toro hasta mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Vemos la tele. Vamos a las máquinas de la cafetería, y compramos algunos pastelitos. Porque mi tío me da los domingos cinco euros para las máquinas. Me siento muy bien cuando estoy con Soledad. Un domingo, hace un mes, ni Soledad, ni mi tío vinieron, pero si que vino la señorita Chelo. Alguien le llamó por teléfono y le debieron decir cosas muy malas porque lloró mucho cuando colgó. Yo le abracé muy fuerte. Como me lo hizo el Padre Luís el día que murió mamá. Y de tanto que lloró, a mi también me dieron ganas de llorar. Y lloramos los dos. Mucho. Tanto que me invitó a comer pastelitos y yo la llevé a mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Se sorprendió mucho la señorita Chelo de mi cuarto, y dijo algo de que no estaba en el inventario. Yo no se lo que es un inventario, por eso le dije que era una nave y que estábamos dentro de ella, que no se preocupase, que no había peligro. Hemos tenido poco trabajo estas semanas, dice mi tío, por eso no se han quedado a trabajar. Pero los camiones siguen llegando todos los días. Menos mal. Y hoy que es domingo, ha venido mi tío con Soledad otra vez. Y la señorita Chelo ha llegado después. Mientras trabajan en el despacho, Soledad y yo hemos dado muchas vueltas en el toro, porque a Soledad le gusta también ir montada en el toro en silencio. Yo le cuento los pasillos y le digo cuando puse cada caja. Cuando estábamos en la cafetería le he preguntado si querría ser mi novia y vivir conmigo en la nave. Así podríamos vernos todos los días y dar vueltas con la carretilla. Soledad me ha dicho que si, pero si le dejaba mi tío. Nos hemos sentado en las escaleras del despacho a esperar que terminasen de trabajar. Porque el tío me ha dicho muchas veces que cuando se trabaja no hay que molestar. A mi tampoco me gusta que me molesten cuando voy con el toro. El tío parecía contento y la señorita Chelo no paraba de querer peinarse con la mano mientras sonreía y se ponía bien la falda. Así que como estábamos todos tan contentos, se lo he preguntado. Si podíamos ser novios. A la señorita Chelo le ha parecido enseguida bien, y me ha pellizcado la cara dándome un beso. Me ha llamado Pillín. Yo le he dicho que no me llamo Pillín. El tío se ha empezado a enfadar diciendo que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra. Y otra. Tanto lo decía que me ha empezado a doler la cabeza, y les he dicho que se fueran. Y se han ido todos. Pero el tío ha vuelto. Gritándome. Ya no me quería. Y ha empezado a decirme cosas feas. Y a preguntarme si le había tocado el culo a Soledad. Y que adónde íbamos los domingos. Y… y… y me ha gritado. Y me ha dicho que yo era retrasado. Que era tonto… A mi no me gusta que me llamen tonto.
Ya les he dicho a estos policías que yo quería a mi tío Félix. Y que no sé donde está. Que discutimos por la tarde del domingo. Pero que yo me fui con mi toro y él se fue a su casa. Que ya no vino. Y tampoco se donde está Soledad. La señorita Chelo tampoco sabe nada. Sólo que la caja del pasillo 66 del rojo, en el 66 del fondo, en el sexto piso no debe moverse. Por lo menos en veinte años.
El tío Félix me quiere mucho. Si. Me quiere mucho. Cuando terminé de estudiar jardinería, le dijo a mi padre que podía venir a trabajar aquí con él. Para ayudarle. Él me enseño a conducir la carretilla, o el toro que le llamo yo. No es fácil conducir el toro. Mi tío tardó un mes en dejármelo llevar a mí solo. Me quiere mucho mi tío. El día de mi cumpleaños me lo regaló. Dijo que éramos tal para cual. Y desde entonces, voy siempre montado en él a todas las partes. Porque no salgo del almacén. Mi tío dice que es muy peligroso salir del almacén. Desde que murió mamá, vivo aquí dentro. Como si fuese mi casa. Pero mucho más grande. Muchísimo más grande. El almacén tiene tres veces cien calles. Yo sólo se contar hasta cien, por eso, mi tío pintó cien azules, cien rojas y cien amarillas, así yo puedo encontrar cualquier caja que me pidan, o dejar la que me den donde me pidan. Si, mi tío me quiere mucho y se preocupa de mí. Todas las mañanas, cuando él viene de su casa, me trae un bollo de chocolate y desayuno en la cafetería de la nave. Antes de que lleguen los demás. Y no se lo tengo que pagar, porque dice que vendió la casa de mamá y, con el dinero que le dieron, los puede comprar. También me compró una tele, el día que le firmé unos papeles para que el banco le diera el dinero. Algunos días también me trae chocolate y churros. Muchos viernes. Los que se tiene que quedar con la señorita Chelo a trabajar. La señorita Chelo también me quiere mucho. Como el tío Félix. Trabajan mucho juntos, y cuando ya es muy de noche, salen del despacho del tío riendo, y a veces de la mano. Yo los veo. Mi tío dice que lo hacen cuando han trabajado tan bien que salen tan contentos que se tienen que dar la mano. Pero que no se lo tengo que decir a la tía Marisa, porque a la tía no le gusta la señorita Chelo. A mi tampoco me gusta la tía Marisa. Nunca viene a verme. Y cuando viene me grita para que me lave. Y que me peine. Y no me trae nada. Y me dice que soy un retrasado. No me gusta que me digan que soy tonto. Una vez me lo dijo un señor en la escuela de jardinería. Y le di tan fuerte con el rastrillo que se lo tuvieron que llevar al médico para que se lo quitasen, porque el profesor no se lo podía desclavar. Al día siguiente fue cuando acabé la escuela, y mi tío dijo que podía venir aquí. Aquí yo estoy muy bien. En el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso, mi tío deja que sea para mí. Ya os digo que mi tío me quiere mucho y me da todo lo que quiero. Y para que no me aburra, como a mi me gusta mucho la carretilla, me apuntan en las cajas, dónde tengo que llevarlas o si quieren que las traiga de nuevo. Traen camiones llenos de cajas, y me van diciendo dónde las tengo que llevar. Y las llevo. Después me dicen cuales debo traer para ponerlas en el camión. Y las pongo. Así pasamos todos los días. Menos los domingos, que no vienen camiones. Pero mi tío me deja que limpie el toro, y que lo pinte. Me compró pinturas de tres colores para que lo pinte como me gusta. Desde hace tres meses, muchos domingos por la mañana, mi tío viene con mi prima Soledad a la nave. Cuando tiene mucho trabajo. Por eso también viene la señorita Chelo a ayudarle. Y Soledad y yo tenemos toda la nave para nosotros. A Soledad también le cuesta entender algunas cosas. Como a mí. Y también solo sabe contar hasta cien. Lo pasamos muy bien. Le llevo en mi toro hasta mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Vemos la tele. Vamos a las máquinas de la cafetería, y compramos algunos pastelitos. Porque mi tío me da los domingos cinco euros para las máquinas. Me siento muy bien cuando estoy con Soledad. Un domingo, hace un mes, ni Soledad, ni mi tío vinieron, pero si que vino la señorita Chelo. Alguien le llamó por teléfono y le debieron decir cosas muy malas porque lloró mucho cuando colgó. Yo le abracé muy fuerte. Como me lo hizo el Padre Luís el día que murió mamá. Y de tanto que lloró, a mi también me dieron ganas de llorar. Y lloramos los dos. Mucho. Tanto que me invitó a comer pastelitos y yo la llevé a mi cuarto en el pasillo 63 del azul, en el 86 del fondo, en el tercer piso. Se sorprendió mucho la señorita Chelo de mi cuarto, y dijo algo de que no estaba en el inventario. Yo no se lo que es un inventario, por eso le dije que era una nave y que estábamos dentro de ella, que no se preocupase, que no había peligro. Hemos tenido poco trabajo estas semanas, dice mi tío, por eso no se han quedado a trabajar. Pero los camiones siguen llegando todos los días. Menos mal. Y hoy que es domingo, ha venido mi tío con Soledad otra vez. Y la señorita Chelo ha llegado después. Mientras trabajan en el despacho, Soledad y yo hemos dado muchas vueltas en el toro, porque a Soledad le gusta también ir montada en el toro en silencio. Yo le cuento los pasillos y le digo cuando puse cada caja. Cuando estábamos en la cafetería le he preguntado si querría ser mi novia y vivir conmigo en la nave. Así podríamos vernos todos los días y dar vueltas con la carretilla. Soledad me ha dicho que si, pero si le dejaba mi tío. Nos hemos sentado en las escaleras del despacho a esperar que terminasen de trabajar. Porque el tío me ha dicho muchas veces que cuando se trabaja no hay que molestar. A mi tampoco me gusta que me molesten cuando voy con el toro. El tío parecía contento y la señorita Chelo no paraba de querer peinarse con la mano mientras sonreía y se ponía bien la falda. Así que como estábamos todos tan contentos, se lo he preguntado. Si podíamos ser novios. A la señorita Chelo le ha parecido enseguida bien, y me ha pellizcado la cara dándome un beso. Me ha llamado Pillín. Yo le he dicho que no me llamo Pillín. El tío se ha empezado a enfadar diciendo que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra vez que no podía ser. Y otra. Y otra. Tanto lo decía que me ha empezado a doler la cabeza, y les he dicho que se fueran. Y se han ido todos. Pero el tío ha vuelto. Gritándome. Ya no me quería. Y ha empezado a decirme cosas feas. Y a preguntarme si le había tocado el culo a Soledad. Y que adónde íbamos los domingos. Y… y… y me ha gritado. Y me ha dicho que yo era retrasado. Que era tonto… A mi no me gusta que me llamen tonto.
Ya les he dicho a estos policías que yo quería a mi tío Félix. Y que no sé donde está. Que discutimos por la tarde del domingo. Pero que yo me fui con mi toro y él se fue a su casa. Que ya no vino. Y tampoco se donde está Soledad. La señorita Chelo tampoco sabe nada. Sólo que la caja del pasillo 66 del rojo, en el 66 del fondo, en el sexto piso no debe moverse. Por lo menos en veinte años.
3 comentarios:
Gran relato, uno de mis favoritos. Personajes hechos con miga de pan.
Gracias por la "cariñosa" dedicatoria.
El almacén me recuerda a ese en el que guardaron el Arca de la Alianza en las películas de Indiana Jones.
Me ha gustado su relato. Le ruego al autor que no me esconda en ningún pasillo de su almacén.
Respecto a sus ideas botijiles le comento:
1- Si sigue con atención las andanzas del botijo verá que sus apariciones en el mundo de la Guerra de las Galaxias son numerosas (el botijo-láser de Darth Vader, R2D2 y C3PO con su botijo en el desértico planeta al que fueron abandonados, el "Botijo de la Muerte" en construcción, Leia y sus botijos...)
2- La idea del calendario es original. Tal vez convoque un concurso para seleccionar los mejores de 2009 y que sirvan para el calendario de 2010. No se preocupe que le pagaré los derechos por la idea e incluso los izquierdos.
Ese baúl que tienes donde fuiste guardando todo esto... me parece muy bien que lo abras y vayas mostrándonos lo que hay dentro.
Bonitas sorpresas se lleva uno.
Un fuerte abrazo.
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