martes, 4 de enero de 2011

La suerte de no ser Messi



Hay tipos con suerte y tipos que no la tendrán nunca. Yo claramente pertenezco al segundo grupo, pero no soy de los que enarbolan su derrotismo y van de fracasados, al contrario, me encantaría ser un afortunado.

Uno de esos que tienen la preclara mente siempre de elegir el mejor negocio, la gran oportunidad, estar en el momento adecuado y no errar el instante importante. Por mucho que mis amigos me insistan en que la estética del perdedor da sus réditos, sigo admirando al triunfador. Tras esta declaración supongo que usted ya estará pensando en algún deportista o actor afamado, pero no me refiero a esa clase de éxito, sino al más cercano y modesto. Ese amigo que solo estudia la pregunta que cae, que encuentra la plaza de aparcamiento enfrente de su destino, que el último día de rebajas halla lo agotado, que juega en el equipo ganador del colegio sin sudar, que elige al caballo que más corre la primera vez que ve uno y que tropieza con la chica más guapa el día que está más receptiva. Mi profesor de primaria me hubiese advertido acerca de lo errónea de su estrategia porque no puede perdurar en el tiempo la suma de casualidades, pero como ya supondrán mi profesor de primaria no era un tipo con suerte, era un trabajador. Otra clase de ser. Éstos son aquellos que necesitan disparar ocho cartuchos para dar en el blanco, son persistentes, constantes, esforzados... suplen con su paciencia su carencia de fortuna y lo que consiguen es por su denodada firmeza.

Lo curioso es que todos lo entienden como normal. Llegan a un restaurante y les dan la mejor mesa por una anulación, buscan un coche el día que el concesionario tiene la oferta y compran su casa a quien imperativamente le urge vender abaratando. Por contra, el resto también da como lógico que sin reserva no haya mesa, que los coches valen lo que valen exceptuando un pequeño descuento y que las viviendas están por las nubes. Él encontrará normal haberse casado con ella cuando lloraba porque su novio la dejó plantada el día que le iban a declarar amor eterno. Pero yo sé que fue puro azar que aquel maldito borracho me atropellase a mí y no a otro, que la ambulancia pinchase y su retraso causase mi coma, y que se prolongase durante dos años porque el fármaco era de una partida defectuosa.

Por eso le admiro, porque yo querría ser él.

2 comentarios:

JALOZA dijo...

Bueno. Reflexivo y con final impactante. El autor se encuentra en proceso de maduración, de renovación. Habrá que estar atentos no vayamos a perdernos algo digno de recordar. Magustao.

Elongando dijo...

¿ Seguro que solo es mala suerte ?. También Magustao.