El despertador cambió a las 07:00 y la
bailarina de plástico comenzó a girar con los brazos extendidos mientras la
música de Léo Delibes le hizo abrir los ojos.
Un leve rayo se filtraba por la ventana
iluminando el rotar de la muñequita, que toscamente paró cuando la suave mano
de Patricia oprimió el OFF.
Quiso apurar unos minutos más el calor de
las sábanas, entreabriendo la mirada hacia el armario que todas las noches
cierra con llave desde que vio “IT”. Como si de un viejo ordenador se tratase,
su mente claquetea conforme el sistema operativo enciende sistemas: pies…ok
–gemelos…ok – glúteos…ok - codos… nok, el izquierdo sigue molestándome un poco,
aunque algo menos que anoche - hombros y
cuello… ok, pero algo cargados - Status
final…OK.
Repasa lo que acontecerá a lo largo del día,
encapsulando las imágenes en pompas de jabón; amarillas, las que le harán
brillar las pupilas; en marrón, las escenas que le gustaría evitar; y en un color dorado intenso, Mario José, con
quien espera poder comer hoy, convirtiéndose en un sol planetario alrededor del
cual giran todas las demás eclípticamente.
El tiempo pasa y no se puede recuperar, así
que si no quiere perder el autobús tendrá que saltar de la cama y darse vida.
El suelo helado, pasos cortos y rápidos para que sus dedos no terminen de
congelarse, ducha, el agua está fría, enjabonarse, deja de pensar en pompas que
vas tarde, albornoz, vístete deprisa, prepara el desayuno a la vez que mete en
su bolsa las zapatillas de ballet, busca las llaves y con el abrigo en la mano
mordiendo una tostada, cierra la puerta de su casa despacio, para que Doña
Maricarmen no se queje de los portazos otra vez y le sermonee en cuanto se vean.
La parada no está muy lejos, bajo la
marquesina se maquillará con su espejito para dar los últimos retoques, como
siempre. Abre el bolsillo lateral de la
bolsa de deporte para sacar el estuche de pinturas cuando el fogonazo de sus
calentadores sobre el radiador le estalla en un flash. Los puso anoche allí
para que se secasen con el último grado calefactado y no los lleva puestos.
Patricia12 no ve al autobús en la
distancia. Duda entre volver sobre sus pasos a recogerlos o pasar sin ellos.
Acto 1
Patricia1 decide no subir por ellos, si
pierde el autobús llegará tarde. Maldice porque sabe que a Mario le gusta verla
con esos calentadores puestos. Se los regaló cuando se conocieron en el viaje a
Venecia, aquel día que ella se torció el tobillo y tuvo que quedarse en el
hotel sin poder salir. Se habían visto la noche anterior al unirse los dos
grupos de la Escuela
de Artes: músicos y bailarines. Enseguida congeniaron, tan distintos el uno del
otro y tan parecidos en lo básico. Atraídos por lo desconocido con la seguridad
de lo conocido. Desde la vuelta del viaje, flirtean con la mirada, juegos de
palabras y coqueteos inocentes. Hoy han dado un paso más y han quedado para
comer solos, huirán de la compañía de todos sus amigos para esconderse en el
bar Morfeo.
Al bajar del autobús, Patricia1 piensa
únicamente en su cita y salta al bordillo mirando la regia fachada de piedra,
en cuyo interior ya está Mario junto a la máquina de café. Lástima que el
timbre ordene entrar a las clases, sin impedir que se guiñen un ojo y él le
mire el trasero al pasar.
El ensayo es exigente, pero disfruta con el
esfuerzo y el reto. Víctor anuncia en alto que Patricia1 será la primera
bailarina, Andreina la reserva. Algunos aplausos entre el resto de la compañía,
dividida entre las dos chicas.
Durante el entreacto aprovecha para tomar
un zumo y reponer fuerzas sentada junto al espejo. Si se acercase a la puerta
tal vez consiguiera ver a Mario por los pasillos cambiando de aula, pero
prefiere saciar su sed y descansar.
Cuando por fin la clase termina, Víctor le
felicita por el trabajo citándola para el siguiente ensayo. Quedan pocos para
la gran fecha.
Entre la marea de gente dos manos se
encuentran dirigiendo los pasos en la
misma dirección, donde una mesa arrinconada les espera. Bocadillos apetitosos,
sonrisas abundantes, pies encontradizos y hombros que se golpean. Después
volverán paseando por el parque, dejando que el sol les recuerde que están
vivos. No se siente uno así muchas veces en la vida.
Y sin quererlo llegan hasta la escuela,
donde el bullicio y la muchedumbre les devuelven al anonimato, sin decirse aún lo que ambos sienten, dejándose ir con una mirada triste.
Patricia1 se mira los pies al caminar hacia
la parada del que le retornará a su
casa. Deja la bolsa sobre el banco de la marquesina para sentarse a esperar.
Y no sólo al autobús.
Acto 2
Patricia2 decide subir de nuevo
a su piso, sabe que Mario sonreirá cuando le vea entrar con los calentadores
sobre los zapatos de tacón. Corre hasta la puerta donde deja caer su bolsa
desde la espalda y zapatea rápido sobre los peldaños hasta el segundo piso.
Lleva ya las llaves en la mano y abre la puerta sin parar a pensar, buscándolos
con la mirada. En un movimiento de ballet casi estudiado, gira sobre su punta,
se estira hasta agarrarlos y termina con un pequeño saltito de nuevo en el rellano.
Cierra de un sonoro portazo, que Doña Maricarmen reprobará y por el que le caerán dos frases en el
próximo encontronazo con ella. Carga la maleta deportiva nuevamente y tan solo
puede observar como a escasos metros el autobús dobla la esquina para
desaparecer. Mierda.
La
clase ha comenzado cuando ella se incorpora y pese a deslizarse sin hacer ruido
evitando molestar, Víctor se le acerca sigiloso para decirle al oído: -
Andreina, hará de Coppelia. Tú serás la reserva. A la hora de la comida te quiero
aquí recuperando lo que te has perdido -. La vergüenza momentánea deja paso al
desvanecimiento de sus planes con Mario, hasta que cae en la cuenta que no hará
de protagonista en la función. Quizás por todo esto hoy se emplea a fondo,
marca bien los gestos y pasos, salta dura y elástica, pareciendo flotar como si
el viento arrastrase la hoja de Forrest Gump.
Durante
el descanso, entreacto del ensayo, montó guardia sobre el cristal redondo de la
puerta, escudriñando el pasillo a la espera de verle pasar y contarle lo
sucedido, pero no lo ve.
El
resto de la mañana se convierte en un vaivén de emociones, intensos saltos y
sudorosos tempos, con leves gestos apenas ajustados. Finalmente todos marchan a
comer y reza porque Mario aguante en El Morfeo lo suficiente como para darle
tiempo a llegar. Víctor le exige lo
mejor durante dos horas, hasta que le confiesa que el papel de Coppelia es suyo
y que Andreina ya sabe que es la reserva. Un beso de luz y un correr de
felicidad le hacen ponerse los zapatos de tacón sobre las mallas con los
calentadores y pese a que no pierde ni un instante en arreglarse, cuando llega
al bar, se encuentra desierto.
Mascando un
bocadillo lentamente por el parque vuelve a la parada de la Escuela.
Deja la bolsa sobre el banco de la marquesina para sentarse a esperar.
Y no sólo al autobús.
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del 12
Patricia1...
Patricia2....Patricia12....Patricia entra en cuanto las puertas sueltan aire y
se abren. Marca su tarjeta buscando el asiento de siempre. El penúltimo de la
derecha en la ventanilla. Ése en el que tantas veces ha vuelto derrotada a
casa. El mismo en el que sueña despierta e imagina que Mario le rodea con sus
brazos para decirle que le quiere.
Ni
siquiera ha podido despedirse, quizás el mejor momento para haberle dado un
beso. Tampoco ha quedado para mañana, aunque sabe que estará en la máquina de
café diez minutos antes de entrar y espera no olvidarse sus calentadores.
El
autobús se aleja y ella ve una silueta en la puerta de su casa. Teme que doña
Maricarmen le vuelva a recriminar los ruidos a las horas tempranas, así que se
sube la capucha de la sudadera y mirando al suelo acelera el paso con el ánimo
de no detenerse.
Segundos después, pese a querer
esquivar a quien se interpone en la entrada, Patricia se da de bruces con una
voz que le dice que le quiere.
Es Mario.
Y lleva una rosa eterna entre las manos.
2 comentarios:
Excelente, Berbi, un abrazo
Me gusta mucho, especialmente el titulo....
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