Carlos, Martín y Sebas se criaron en Tellerda, uno de esos pueblos en los que se introdujo el agua corriente en los 70. Esos en los que los alumnos de todos los cursos van a la misma aula y donde el profesor impartía desde 1º hasta 8º de EGB indiscriminadamente.
Carlos marchó a los catorce a Zaragoza, y cursó Derecho en la Complutense de Madrid. Su natural desparpajo y capacidad para las relaciones sociales hicieron el resto, y a los 35 años ocupaba la dirección de cierta importante empresa que no citaré. Su mujer le dio dos hijos a los que nunca llegará a conocer, bueno, tampoco a su mujer, perteneciente a una familia influyente de la sociedad castellana, que le ha terminado de ofrecer el estilo de vida que siempre deseó. Pero no piensen que Carlos es infeliz, no, todo lo contrario, se siente como pez en el agua en su ambiente.
Martín, estudió en el pueblo hasta el final, y administrativo en Barbastro, consiguiendo entrar en la Caja de Ahorros local. Tras diversos destinos en los que se aplicó, ha llegado a director de una sucursal de Zaragoza. Festejó con su compañera de estudios del internado, terminando por casarse con ella, tan pronto le dieron el contrato indefinido. Mes a mes, han pagado su piso, criado dos vástagos y mantienen el Opel Vectra. Veranean todos los años en Torredembarra, sin faltar uno. No piensen que Martín lleva una vida de administrativo gris, todo lo contrario, se enorgullece de haber alcanzado su estatus, pese a tener que aguantar las humillaciones de sus jefes.
Al Sebas no le quedaba otra, siendo el primogénito del terrateniente de Tellerda, y las labores de crianza de animales y gestión de las tierras fueron su ocupación desde la adolescencia. Por supuesto que se casó con Lucía, la chica más guapa del pueblo, con la que todos hubieran querido casarse, y que le dio cuatro hijos que son su alegría y razón. Sebas es un hombre muy influyente en la comarca, pero como todo hombre ligado a la tierra que se precie, pese a tener varias decenas de hectáreas, es más pobre que las ratas. No piensen que Sebas se siente prisionero dentro de la pequeñez del pueblo, todo lo contrario, disfruta siendo el hijo del Ruché, y se siente seguro en lo conocido.
Todos los años, para las fiestas, los tres amigos se reúnen frente a la mesa, vociferan, beben, comen y se abrazan. Por la noche, salen al Pabellón de Festejos a bailar con sus respectivas y se acuestan con la cercanía de Baco. El domingo, tras los cafés, todo vuelve a su lugar, y cada uno retorna a su vida, pero con la sensación de ser el más infeliz de los tres.
1 comentario:
No estoy muy segura de que piensen eso al acostarse...
Por cierto, ¿qué eso que querías ser y que no eres?
Besos nocturnos.
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