La O.N.G. “Fraternidad sin fronteras” ha decidido publicar uno de mis relatos en la revista cuatrimestral que distribuye a sus 500 socios. Podeis encontrarlo en http://fraternidadsinfronteras.org/FRATERNIDAD%2028%20(internet).pdf y echarle un vistazo, tanto al Boletín como a la propia página, quien sabe si alguno de vosotros tiene buen corazón y se anima a colaborar.
Agradecer a dicha organización la confianza prestada y espero que el texto sea del agrado de los lectores de la revista, para mi ha supuesto una inyección de moral. Gracias, os dejo con “Léeme” .
Léeme
Yo lo conocí en el rastrillo de la Fraternidad, casi por casualidad. Me fijé en él por su tapa ocre con un vistoso dibujo hecho a plumilla en su portada, y lo tomé entre mis manos. Estaba nuevo, sin rasguños ni golpes, y a pesar de lo corto de mi presupuesto, no lo dudé y lo compré al momento, - además es para una buena causa- me dije. Al llegar a casa, lo encajé entre el resto de sus compañeros en la librería del salón, puse la mesa y comí frente al televisor como cualquier otro domingo. Tras la siesta, cargué el lavavajillas y preparé una cafetera con la que pasar la tarde futbolística que me esperaba.
Taza en mano retorné a mi sofá, y vi a aquel libro tumbado sobre la balda de la librería. Hubiese jurado que lo había encastrado, está claro que no, así que lo empotré entre “La Galatea” y “De Ciento a Viento”. El Real Zaragoza comenzó su partido, que terminó por ganarlo ajustado, a base de casta y empuje, como casi siempre.
Más animado y hasta que empezase el encuentro de la liga inglesa, aproveché para ir al aseo y prepararme la merienda, pero esta vez si que me quedé parado frente a él a la vuelta. Estaba de nuevo fuera, mostrándome su cubierta, y con un hueco entre los dos libros donde lo había puesto. Dejé la bandeja sobre la mesita del salón, y me volví a mirarlo. Estaba completamente seguro que no era ahí donde lo había puesto.
Se dejó coger y lo llevé conmigo al sofá mientras masticaba un terrible chorizo picante, de esos que obligan a beber un largo trago de vino. Lo cierto es que me vi con él entre las manos, abierto de tapa. Apenas deslicé mi vista sobre las primeras líneas comenzó a hablar, a contarme que nació en la Imprenta Oblicua SL. y que tras pasar unos meses almacenado en cajas, consiguió llegar hasta la Librería Milán, donde en apenas unos días, un atento empleado se lo recomendó a Dª Blasa, mujer refinada que buscaba un libro que poder regalar a su nieto con motivo del día de San Jorge. Fue envuelto en un papel topacio y plata, adornado con una etiqueta dorada, y llegó hasta las manos de Julián Maciello, con el propósito de iniciarlo en la lectura. Pero el nieto tan solo agradeció el presente y lo guardó en la estantería de su casa de Tellerda, sin ni siquiera ojearlo. Debieron ser semanas largas y tediosas, incluso para un libro, verse condenado entre compañeros, sabiendo que nunca sería disfrutado, que acabaría con alguna de las enfermedades causadas por el polvo acumulado o, quizás, en el mejor de los casos para ser mostrado a algún invitado que tal vez leyese alguno de sus pasajes. Lo cierto es que por noviembre del año siguiente, Julian lo donó al rastrillo de la Fraternidad de donde yo lo rescaté.
Tras oír esta historia no pude por menos que comenzar a leerlo, introduciéndome en una trama argumental que me cautivó, con sorpresas tras algunas de sus hojas, impactándome con los personajes creados, enseñándome otras vidas y lugares a los que nunca había viajado. En el capitulo tercero, pulse el mando a distancia para apagar el televisor que me interfería la atención, y seguí consumiendo las páginas, absorbiendo las palabras, degustando los paisajes. No pude detenerme hasta terminarlo a altas horas de la madrugada, cerrándolo lentamente, relamiéndome del final. Satisfecho, me levanté para acostarme las pocas horas que quedaban hasta tener que irme a trabajar, y al fondearlo junto a “La Galatea” caí en la cuenta que hacía varios años que no leía uno de principio a fin.
Atolondrado todavía al levantarme por la falta de sueño, quise ducharme, y ya más despejado busqué las llaves del coche que no estaban en el bolsillo de mi americana. Pasé la vista sobre la librería por si las hubiese dejado sin darme cuenta, y no las hallé, pero si que vi al libro tumbado otra vez sobre el estante. Lo comprendí entonces, no quería almacenarse por más años. Vi las llaves puestas en la cerradura de la puerta y lo tomé conmigo.
Cuando terminé mi jornada laboral me acerqué al mismo rastrillo donde lo compré.
- Hola, ¿puedo ayudarle en algo? – me contestó una cálida sonrisa.
- Quisiera donar este libro. Lo necesita -
Yo lo conocí en el rastrillo de la Fraternidad, casi por casualidad. Me fijé en él por su tapa ocre con un vistoso dibujo hecho a plumilla en su portada, y lo tomé entre mis manos. Estaba nuevo, sin rasguños ni golpes, y a pesar de lo corto de mi presupuesto, no lo dudé y lo compré al momento, - además es para una buena causa- me dije. Al llegar a casa, lo encajé entre el resto de sus compañeros en la librería del salón, puse la mesa y comí frente al televisor como cualquier otro domingo. Tras la siesta, cargué el lavavajillas y preparé una cafetera con la que pasar la tarde futbolística que me esperaba.
Taza en mano retorné a mi sofá, y vi a aquel libro tumbado sobre la balda de la librería. Hubiese jurado que lo había encastrado, está claro que no, así que lo empotré entre “La Galatea” y “De Ciento a Viento”. El Real Zaragoza comenzó su partido, que terminó por ganarlo ajustado, a base de casta y empuje, como casi siempre.
Más animado y hasta que empezase el encuentro de la liga inglesa, aproveché para ir al aseo y prepararme la merienda, pero esta vez si que me quedé parado frente a él a la vuelta. Estaba de nuevo fuera, mostrándome su cubierta, y con un hueco entre los dos libros donde lo había puesto. Dejé la bandeja sobre la mesita del salón, y me volví a mirarlo. Estaba completamente seguro que no era ahí donde lo había puesto.
Se dejó coger y lo llevé conmigo al sofá mientras masticaba un terrible chorizo picante, de esos que obligan a beber un largo trago de vino. Lo cierto es que me vi con él entre las manos, abierto de tapa. Apenas deslicé mi vista sobre las primeras líneas comenzó a hablar, a contarme que nació en la Imprenta Oblicua SL. y que tras pasar unos meses almacenado en cajas, consiguió llegar hasta la Librería Milán, donde en apenas unos días, un atento empleado se lo recomendó a Dª Blasa, mujer refinada que buscaba un libro que poder regalar a su nieto con motivo del día de San Jorge. Fue envuelto en un papel topacio y plata, adornado con una etiqueta dorada, y llegó hasta las manos de Julián Maciello, con el propósito de iniciarlo en la lectura. Pero el nieto tan solo agradeció el presente y lo guardó en la estantería de su casa de Tellerda, sin ni siquiera ojearlo. Debieron ser semanas largas y tediosas, incluso para un libro, verse condenado entre compañeros, sabiendo que nunca sería disfrutado, que acabaría con alguna de las enfermedades causadas por el polvo acumulado o, quizás, en el mejor de los casos para ser mostrado a algún invitado que tal vez leyese alguno de sus pasajes. Lo cierto es que por noviembre del año siguiente, Julian lo donó al rastrillo de la Fraternidad de donde yo lo rescaté.
Tras oír esta historia no pude por menos que comenzar a leerlo, introduciéndome en una trama argumental que me cautivó, con sorpresas tras algunas de sus hojas, impactándome con los personajes creados, enseñándome otras vidas y lugares a los que nunca había viajado. En el capitulo tercero, pulse el mando a distancia para apagar el televisor que me interfería la atención, y seguí consumiendo las páginas, absorbiendo las palabras, degustando los paisajes. No pude detenerme hasta terminarlo a altas horas de la madrugada, cerrándolo lentamente, relamiéndome del final. Satisfecho, me levanté para acostarme las pocas horas que quedaban hasta tener que irme a trabajar, y al fondearlo junto a “La Galatea” caí en la cuenta que hacía varios años que no leía uno de principio a fin.
Atolondrado todavía al levantarme por la falta de sueño, quise ducharme, y ya más despejado busqué las llaves del coche que no estaban en el bolsillo de mi americana. Pasé la vista sobre la librería por si las hubiese dejado sin darme cuenta, y no las hallé, pero si que vi al libro tumbado otra vez sobre el estante. Lo comprendí entonces, no quería almacenarse por más años. Vi las llaves puestas en la cerradura de la puerta y lo tomé conmigo.
Cuando terminé mi jornada laboral me acerqué al mismo rastrillo donde lo compré.
- Hola, ¿puedo ayudarle en algo? – me contestó una cálida sonrisa.
- Quisiera donar este libro. Lo necesita -
9 comentarios:
Enhorabuena por el texto y enhorabuena por la publicación. El primer paso de un largo camino.
Un abrazo.
Diga usted que sí, hay libros que se insinuan, ya sea haciéndose el interesante en una estantería o engalanado en el interior de un escaparate. A veces pienso que hay historias que te buscan.
Y sí, primo, Leuret es un paraíso íntimo que ya ha descubierto. Cuando quiera lo invito a tomar café con el hombre invisible que ocupa poco.
Saludos de ratona de biblioteca presumida
Gracias por la visita y el comentario. Se lo he transmitido fielmente al señor Ubé (que está de viaje astral en estos momentos). Precioso relato. Como bibliotecario me tocan la fibra sensible los textos en los que los libros son protagonistas.
Añadiré su enlace (si vuesa merced tiene a bien) en mi blog.
Feliz 2009, especialmente si llueve.
Ya decía yo que no era la única payasa de la familia. Fíjese usted hasta donde llega mi guasa, que soy amén de literata; cómica (es decir, actriz de las de antes)
Enhorabuena por su publicación, le auguro otras muchas.
Saludos de letra gótica
Enhorabuena, y en el Diario del Altoaragón para cuando ???
Tambien estoy convencido que no sera el ultimo.
Adelante y sigue subiendo peldaños.
Ya veo, primo, que usted también escuchaba a Tino Casal, allá en el pleistoceno medio.
Y anímese, hombre . En el diario Altoaragonés hay espacio para todo tipo de plumas , incluso para las de ganso.
Ya sabe, querer es poder.
Saludos de Eva mordiendo manzanas
Me ha gustado. Sigue escribiendo. Hay personas que necesitamos leer cosas agradables.
Un abrazo
PLC
He tardado en unirme al carro de tu literatura, y ahora me alegro de haberlo hecho. Lo que más me gusta son los finales de los relatos. Eres la pera.
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